Primero dijo que lo arreglaría en «24 horas». Luego que estaría resuelto en sus primeros cien días de mandato. Y ahora simplemente quiere reescribir las fronteras de Europa para favorecer al Kremlin y así terminar con un conflicto que ya no está entre sus prioridades. Donald Trump ha perdido la paciencia con la guerra de Ucrania. Si no se alcanza un acuerdo en los próximos días, Estados Unidos se retirará de las negociaciones. Así lo ha indicado el vicepresidente estadounidense, JD Vance, después de que el equipo de la Casa Blanca haya dado plantón este miércoles a sus supuestos aliados europeos en la reunión convocada en Londres para asegurar un alto el fuego.
JD Vance asegura que han presentado una propuesta muy explícita tanto a rusos como a ucranianos, y que es hora de que acepten o de que Estados Unidos se retire de este proceso. «Tanto ucranianos como rusos tendrán que ceder parte del territorio que poseen actualmente», ha manifestado desde la India, donde se encuentra de viaje oficial.
El secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, y Steve Witkoff —el hombre de confianza de Trump para política exterior— se han dado de baja, literalmente a última hora, en la reunión convocada en la capital británica para gran humillación del premier Keir Starmer. En lugar de Londres, Witkoff ha preferido tomar un vuelo a Moscú para discutir las líneas generales de un acuerdo que, según Financial Times, incluirá el reconocimiento estadounidense de la soberanía rusa sobre Crimea, la península anexada en 2014, a cambio de que Putin congele el conflicto en los frentes existentes.
Claro que el presidente ruso quiere más. Su intención es anexionar también a Rusia cuatro provincias ucranianas: Zaporiyia, Jersón, Luhansk y Donetsk. Pero dado que las tropas rusas no han capturado la totalidad de estas provincias, Putin tendría que aceptar el control ucraniano sobre grandes partes, según el acuerdo propuesto por Washington.
En definitiva, cuando la Casa Blanca dice que «tanto ucranianos como rusos tendrán que ceder parte del territorio que poseen actualmente», significa que Rusia se queda con parte de Ucrania y Ucrania puede al menos mantener las provincias que no han sido del todo ocupadas, redefiniendo así las fronteras de Europa, sin que los ¿aliados?, del Viejo Continente puedan decir algo al respecto.
La participación europea en las negociaciones se considera un importante contrapeso al Kremlin. La asistencia tanto de Witkoff como Rubio a las conversaciones de la semana pasada en París se interpretó como un éxito diplomático. Pero su plantón este miércoles en Londres ha obligado a reducir el encuentro a altos funcionarios de Reino Unido, Francia, Alemania, Ucrania, con la única asistencia del enviado de Trump a Ucrania, el general Keith Kellogg, en representación de la delegación estadounidense.
Reconocer la anexión ilegal de Crimea por parte de Rusia no solo sería contrario a las normas jurídicas internacionales de posguerra, que establecen que las fronteras no deben modificarse por la fuerza, sino que también supondría un suicidio político para el presidente ucraniano Volodímir Zelenski. Corre el grave riesgo de desencadenar una guerra civil en Ucrania. Y le resulta constitucionalmente imposible hacerlo.
Pero la realidad, es que toda la clase política de Kiev sabe que es prácticamente imposible recuperar Crimea. De hecho, durante las conversaciones en Estambul en marzo de 2022, los delegados de Kiev reconocieron la neutralidad ucraniana y una evasiva sobre el estatus legal, sugiriendo que las conversaciones finales sobre a qué nación pertenecía la península se pospusieran quince años.
«Si los negociadores de Kiev estaban dispuestos a ceder Crimea por la vía diplomática en 2022, ¿es razonable que las conversaciones de paz se rompan por este mismo punto después de tres años de una guerra sangrienta?», plantea Owen Matthews, autor de Overreach: The Inside Story of Putin’s war on Ukraine.
Ucrania no luchó contra el ejército ruso hasta el punto de no poder más, infligiendo una humillación tan histórica como la victoria finlandesa en la Guerra de Invierno de 1939-40, para luego abandonar en el último momento. No, los ucranianos no han ganado la guerra. Pero los rusos tampoco. Putin ha capturado el 20% del territorio ucraniano con un enorme coste humano y lo ha devastado. Pero ha fracasado en su objetivo fundamental de someter el país a la voluntad de Moscú.
En este punto muerto, por lo tanto, el analista plantea compromisos que pueden y deben hacerse; por ejemplo, la neutralidad ucraniana, e incluso algún tipo de reconocimiento sutil de que Kiev no intentará recuperar el territorio perdido, un equivalente al acuerdo del Paralelo 38 de Corea.
Está también el ejemplo de la solución chipriota, similar a la división política de facto de la isla tras la ocupación turca de 1974, en la que ninguna de las partes reconoció a la otra, pero de alguna manera finalmente encontraron la manera de llegar a un acuerdo. Sin embargo, lo que Putin exige ahora —y lo que, sorprendentemente, Estados Unidos parece respaldar— dista mucho de ser un compromiso razonable.
Los aliados de Trump insisten en que está dispuesto a endurecer su postura con Rusia. Recalcan que ha renovado las sanciones impuestas por su predecesor y ha expresado su impaciencia con el Kremlin, declarando recientemente que estaba «enojado» y planteando imponer «aranceles secundarios», presumiblemente a los países que compran petróleo ruso.
Pero mientras que humilla a Ucrania —recortó brevemente el suministro de armas e inteligencia—, ante el Kremlin la actitud es muy distinta. Funcionarios estadounidenses y rusos se reunieron en Estambul el 10 de abril para discutir la modernización de sus embajadas. Ambos países también intercambiaron dos prisioneros. Los medios rusos afirman que el acercamiento continúa independientemente de las conversaciones con Ucrania. Cuando Trump anunció sus aranceles recíprocos a nivel mundial este mes, impuso a Ucrania la tasa universal mínima del 10%, excluyendo a Rusia (supuestamente porque ya estaba bajo sanciones).
Rusia ha ignorado el llamamiento de Estados Unidos a un alto el fuego incondicional de 30 días, que Ucrania aceptó el 11 de marzo. En cambio, sigue engatusando al inquilino de la Casa Blanca con todo tipo de fantasías. Putin quiere hacer creer al presidente estadounidense que, como líderes ambas de grandes potencias, tienen asuntos más importantes que atender. El Kremlin quiere vender a Washington que, mientras no interfiera en la guerra de Ucrania, Rusia y Estados Unidos pueden lograr prácticamente cualquier cosa juntos.
En el «mundo ideal» que vende Putin, Rusia podría ayudar a resolver las crisis en Oriente Medio y más allá, quizás presionando a su amigo Irán para que renuncie a la bomba atómica. La inversión estadounidense en empresas rusas, como la exploración de gas en el Ártico, podría avanzar a buen ritmo. Se levantarían las sanciones y Rusia podría reincorporarse al G7. En definitiva, si Rusia se hubiera desvinculado de su «alianza sin límites» con China, no habría riesgos de una «Tercera Guerra Mundial», una preocupación constante de Trump.
La realidad, sin embargo, es que Rusia ahora depende más de China que de Estados Unidos. La influencia de Rusia sobre Irán es limitada. La economía de Rusia es más pequeña que la de Italia y está sujeta a los caprichos de un déspota, por lo que las oportunidades de negocios son escasas. Putin está jugando con Trump, amenazando las fronteras de Europa. Todo el mundo lo ve. Menos Trump.