Educar en igualdad y equidad como antídoto contra la violencia machista

La violencia machista es toda conducta o forma de maltrato físico o psicológico cometido contra la dignidad e integridad física y moral de una mujer que mantiene, o ha mantenido, algún tipo de relación de afectividad con el maltratador.

La agresión se produce de forma sistemática y continuada como parte de una estrategia del agresor para producir daño a su víctima y conseguir someterla y controlarla.

Dicha violencia es una clara manifestación de discriminación, subordinación y de las relaciones de poder del hombre sobre la mujer.

Esta lacra social constituye la prueba más grave de la desigualdad entre hombres y mujeres; es una violación de los derechos humanos, entraña problemas de salud pública y afecta a toda la población sin distinción de raza, clase social, entorno, grupo socioeconómico, creencia religiosa y cultural.

Es necesario destacar que, tras años de sufrimiento y lucha feminista, aunque queda mucho por hacer, ha habido grandes avances en materia legislativa y en concienciación ciudadana.

 No obstante, tenemos la responsabilidad de señalar que los derechos conquistados, si no los peleamos y defendemos día a día, pueden desaparecer. Basta recordar las agresivas campañas de la extrema derecha negando la violencia machista y los recortes y supresiones que, en materia de políticas feministas, está llevando a cabo en aquellas instituciones en las que gobierna.

Conseguir la eliminación de la violencia contra las mujeres y sus hijas e hijos es todo un reto que necesita del compromiso inapelable de todas las instituciones públicas y de la sociedad en su conjunto. Tolerancia cero con la violencia contra las mujeres debe ser un valor y como tal defendido por la ciudadanía en su totalidad. Así debemos transmitirlo a través de la educación, educando en igualdad y en equidad en la escuela, en el hogar, en los medios de comunicación.

La educación en el ámbito familiar, escolar y social es el instrumento imprescindible para eliminar todo el andamiaje ficticio arraigado en nuestro imaginario colectivo. Forma parte de nuestro entorno y se reproduce, de generación en generación, a través de la repetición de pautas de conductas, actitudes y formas de entender las situaciones que nos rodean: roles culturales, estereotipos sexistas, prejuicios, acoso, discriminación, relaciones tóxicas, etc.

La educación recibida en la niñez determinará, en el futuro, cómo nos comportamos como sociedad por lo que la conducta y la enseñanza de valores será la mejor vacuna contra la violencia machista. La educación de nuestras hijas e hijos comienza el día de su nacimiento, pero nunca termina. Los adultos más cercanos somos su modelo a seguir, su referente, por lo que estamos obligados a formarnos en estos temas y a disponer de herramientas para nosotros y para nuestras niñas y niños. En el hogar, en la escuela y en el entorno más cercano encontramos las más potentes estrategias de prevención: dando ejemplo, siendo corresponsables, desmontando roles y prejuicios, eliminando estereotipos entre sexos, implicando a todas y a todos en cualquier tipo de tareas o en la toma de decisiones, siempre, en un plano de igualdad (las tareas, los juegos, los juguetes, los colores, etc. no tienen género). Observar, debatir sobre estos temas, escuchar, responder a sus dudas, aceptar los conflictos, desmontar los mitos y combatir comentarios, chistes o bromas machistas y estar muy atentos a la influencia de los medios de comunicación, de internet, de las redes sociales.

Son muchas las acciones que se pueden llevar a cabo en la escuela, en el hogar, en los medios de comunicación. Y como el objetivo es educar en equidad social e igualdad de género, las actuaciones se iniciarán a temprana edad y se continuarán a lo largo de todas las etapas educativas.

La adolescencia es una etapa cargada de oportunidades para el crecimiento y la consolidación de la personalidad, pero, cuando un adolescente comienza a relacionarse, lo hace según los modelos que la sociedad le transmite y que, lamentablemente, es un modelo patriarcal. Dado que los adolescentes tienden a imitar lo que ven en la red, es necesario orientar, acompañar y plantear una educación basada en la dignidad, la igualdad y el respeto entre mujeres y hombres fomentando, en nuestros adolescentes, unas relaciones de grupo y de pareja respetuosas, sanas e igualitarias.

Si anhelamos una sociedad segura y libre de violencia de machista es necesario unidad y firmeza contra los que niegan una realidad como es la existencia de una violencia contra las mujeres sólo por ser mujeres.

La educación es uno de los instrumentos más importantes para lograr una sociedad libre de violencia machista.

Jovita Vozmediano Sánchez.

Exdirectora del Colegio Tierno Galvan de Puertollano.   

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