El reciente discurso de Mario Draghi en Rimini ha resonado con fuerza, convirtiéndose en un grito de alerta para la Unión Europea, que se encuentra en un momento crítico. El ex presidente del Banco Central Europeo y figura emblemática de la política europea subrayó la necesidad de un cambio radical para asegurar la supervivencia del bloque. Con una voz firme, planteó que Europa debe cerrar la brecha tecnológica con potencias como China y Estados Unidos, y profundizar en su mercado interior, ideas que ya había expuesto en su informe de 2024, ahora bajo el contexto de lo que muchos perciben como un “verano de la humillación”.
Draghi se ha posicionado como una voz de oposición a la gestión actual de Ursula von der Leyen, sugiriendo que la Unión ha perdido su influencia política incluso ante su mayor aliado, Estados Unidos. A través de críticas sutiles pero contundentes, argumentó que la ilusión de poder geopolítico de la UE está en declive. Su intervención fue percibida como un empujón hacia una mayor ambición política y económica, en contraste con lo que muchos ven como una falta de acción del liderazgo actual.
En un momento de creciente escepticismo hacia la capacidad del bloque para defender sus valores, Draghi instó a la ciudadanía europea a movilizarse. En un tono sereno pero decidido, afirmó que la UE debía convertirse en un vehículo que refleje las necesidades y aspiraciones de sus ciudadanos. Al cerrar su discurso, hizo un llamado a convertir el escepticismo en acción, enfatizando que el futuro del continente depende de la voluntad colectiva de sus habitantes, una invitación a reactivar el sentido de pertenencia y responsabilidad cívica en una Europa que enfrenta desafíos sin precedentes.
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