En un campo de tiro al aire libre del sur de Estados Unidos, con un fusil de asalto en las manos, conocí a James, nombre ficticio de un veterano de la guerra de Vietnam que ha decidido abrir las puertas de su «paraíso personal» a cualquier interesado en disparar armas de fuego. Este lugar, ubicado en un condado al sur de Louisiana, se distingue por permitir el uso de sus instalaciones sin necesidad de una cuota anual, a diferencia de otros campos de tiro privados, atrayendo a aficionados que, comúnmente, acuden con sus propias armas.
James, cuya colección asciende a 319 armas, comparte entusiastamente sus «joyas» con quienes, como yo, llegan sin experiencia. Este exmarine, cuyas manos revelan una vida entre polvo y aceite, resume su pasión con una sencillez contagiosa: «¡Quiero que todos puedan disfrutarlo!».
Su afición, explica, es un reflejo de la compleja relación que mantiene Estados Unidos con las armas, un tema que despierta intensos debates políticos y divide opiniones, especialmente en un contexto marcado por el aumento de tiroteos escolares, suicidios y desafíos a la seguridad nacional. A pesar de estos problemas, en Washington parece imposible encontrar un consenso entre demócratas y republicanos sobre cómo regular la tenencia de armas.
La visita al campo de tiro de James ofreció una aproximación directa y reveladora al fervor y la adrenalina que suscitan las armas, entendiendo así una faceta importante de la idiosincrasia estadounidense. Disparar desde una pequeña pistola de calibre 22 hasta un AR-15 o una UZI permite experimentar, en primera persona, la potencia y el impacto emocional que conlleva el manejo de estas herramientas.
Este escenario pone de relieve un aspecto crucial del debate sobre las armas en EE. UU.: la Segunda Enmienda de la Constitución, que data de 1791 y se ha convertido en un símbolo tanto de identidad como de polarización política. El Partido Republicano, en especial, ha sabido aprovechar este tema electoramente, posicionando la posesión de armas como un derecho ciudadano ante los intentos de regulación por parte de sectores más progresistas.
La situación actual, con un aumento significativo del número de armas en circulación y de tiroteos en instituciones educativas, llama la atención sobre la urgencia de abordar estas cuestiones con responsabilidad y consciencia social. Y es que, más allá del disfrute recreativo que muchos encuentran en la práctica del tiro, subsisten historias de violencia, pérdida y tragedia que no pueden ser ignoradas.
Mientras políticos y ciudadanos discuten el camino a seguir, lugares como el de James persisten como testigos de una cultura profundamente arraigada, donde las armas siguen siendo protagonistas de un debate nacional que parece no tener fin.