En un ataque alarmante y violento al norte de Ankara, la tranquilidad se vio estremecida cuando un taxi llegó al recinto de la fábrica de armas Tusas, un lugar donde se desarrollan aviones de entrenamiento, helicópteros militares y avionetas. Dos jóvenes, armados con fusiles de asalto, descendieron del vehículo y comenzaron a disparar a los transeúntes, corriendo hacia el portón de entrada y desencadenando una explosión seguida por intensos tiroteos. La rápida respuesta policial no pudo evitar el trágico saldo: siete muertos, entre ellos el taxista, cuatro empleados de la fábrica y los propios atacantes.
Los agresores, identificados como Ali Örek, apodado ‘Rojger’, y Mine Sevjin Alçiçek, fueron reconocidos como miembros de la guerrilla kurda de Turquía, el PKK, según informó el Ministerio del Interior turco. Este señalamiento no sorprendió, debido a las evidencias visuales proporcionadas por las cámaras de seguridad que coincidían con el perfil típico atribuido a los miembros de este grupo insurgente. Sin embargo, lo que sí causó asombro fue la elección del objetivo: una fábrica de armas en Ankara, planteando interrogantes sobre las razones y el timing de tal acción.
La respuesta a «¿por qué ahora?» parece estar vagamente ligada al contexto político reciente en Turquía, destacándose el gesto insólito del líder del ultranacionalismo turco, Devlet Bahçeli, quien propuso invitar a Abdullah Öcalan, fundador del PKK y encarcelado desde 1999, al Parlamento turco para proclamar el fin del terrorismo y la disolución de su organización. Esta propuesta, aunada a una serie de movimientos políticos inesperados, como el saludo y apretón de manos entre Bahçeli y los dirigentes del partido prokurdo DEM, esbozaron la posible búsqueda de una alianza política que podría cambiar la constitución a favor de Erdogan para permitirle extender su permanencia en el poder.
Este contexto de acercamientos políticos entre adversarios históricos y la posible inclusión de voces kurdas en el diálogo democrático turco genera una dinámica compleja, especialmente cuando se considera la larga historia de conflicto entre el gobierno turco y el PKK. Además, emerge la pregunta de quién se beneficiaría de interrumpir este frágil proceso de paz con un acto violento tan condenable.
La investigación del ataque posiblemente revele más sobre las motivaciones detrás de este trágico evento, pero la especulación sobre infiltrados y la manipulación de grupos armados por intereses políticos pone de manifiesto la intrincada red de conflictos y alianzas que definen la política turca contemporánea. Mientras tanto, el ataque contra la fábrica Tusas subraya la volatilidad del escenario político y securitario en Turquía, un país atrapado entre la búsqueda de paz y los ciclos de violencia que parecen desafiar cada intento por alcanzar la estabilidad.