Con la reciente partida del papa Francisco, el pequeño pero poderosamente simbólico Estado de la Ciudad del Vaticano se encuentra de nuevo bajo el escrutinio mundial. Ubicado en el corazón de Roma, este enclave religioso de apenas 0,44 kilómetros cuadrados es el país más pequeño del mundo, lo que suscita una curiosidad incesante sobre cómo es la vida dentro de sus históricas murallas.
A pesar de su estatus como centro espiritual de la Iglesia Católica, habitado mayormente por edificaciones eclesiásticas y la imponente Basílica de San Pedro, solo el 30% del territorio vaticano está destinado a residencias y otros usos civiles. Esta limitación espacial es reflejo de la población oficial que reside allí: unas 246 personas, un número que palidece en comparación con cualquier zona urbana convencional.
Sin embargo, el concepto de ciudadanía en el Vaticano exhibe una característica única: no se adquiere por nacimiento ni se hereda, sino que se otorga de manera temporal a aquellos que desempeñan funciones especiales dentro del Estado, elevando el total de ciudadanos vaticanos a 618. Esto incluye a quienes trabajan en las embajadas de la Santa Sede alrededor del mundo, demostrando que la influencia del Vaticano trasciende sus fronteras físicas.
Entre los residentes del Vaticano, los Guardias Suizos constituyen un grupo significativo. Este pequeño pero pintoresco cuerpo militar, famoso por sus trajes renacentistas, suma 104 miembros. Además, varios cardenales, personal eclesiástico y el papa, hasta antes de su fallecimiento, formaban parte de esta comunidad cerrada, alojada en lugares como la residencia de Santa Marta.
Destaca el hecho de que el Vaticano carece de hospitales o salas de parto. Los nacimientos son extremadamente raros y usualmente se producen entre los hijos de los Guardias Suizos, siempre fuera de la ciudad estado. Anualmente, se registra un promedio de un nacimiento y cerca de cinco fallecimientos, lo que evidencia la estabilidad demográfica del Vaticano.
La ciudadanía vaticana, al ser temporal, usualmente expira junto con el término de las funciones que la justificaron. Sin embargo, puede extenderse a familiares directos del titular que convivan con él, siempre y cuando mantengan el vínculo con la Santa Sede.
El día a día en el Vaticano dista mucho de lo convencional; los residentes están al servicio de la Iglesia, no residen en un país en el sentido tradicional. Exentos de impuestos locales, sin bancos comerciales ni tiendas al estilo convencional, la vida cotidiana trasciende lo mundanamente habitual. Se permite la tenencia de algunos perros acompañantes como únicos animales domésticos, lo que refuerza el carácter único de la convivencia en este lugar.
Con el fallecimiento del Papa, el Vaticano no solo se convierte en sede del luto y preparativos para el próximo cónclave, sino que también reafirma su posición como un punto de interés mundial. A pesar de su diminuta población y tamaño, la reverberación de su influencia espiritual y política continúa impactando a millones de fieles en todo el mundo, recordando que en ocasiones lo más pequeño puede ser a su vez grandiosamente significativo.