El mango, esa fruta exquisita que enamora a los paladares con su sabor dulce y fresco, incluso con un toque ácido, tiene una historia y procedencia tan rica como su sabor. Originario de las cálidas zonas del sureste asiático, como la India, cerca de la imponente cordillera del Himalaya, Brimania o Sri Lanka, este fruto goza de una tradición de cultivo que supera los 4.000 años. Su expansión al resto del mundo viene de la mano de figuras tan variadas como monjes budistas, comerciantes persas y exploradores europeos como los portugueses, españoles e ingleses.

Considerado el fruto del árbol Mangifera, el mango es mucho más que una simple fruta; está profundamente entrelazado con el movimiento budista, al grado de que existe una leyenda en la que el príncipe Siddharta Gautama, más conocido como Buda, alcanzó la iluminación bajo un árbol de mangos. Este acontecimiento ha merecido al Mangifera los sobrenombres de «el árbol de la sabiduría» o «bodhi».

Perteneciente a la familia de las anacardiáceas, el mango se presenta en una impresionante diversidad que sobrepasa las 500 especies, distinguiéndose más de mil variedades en esta amplia categoría. No obstante, el mango amarillo y rojo se alza como el tipo más común y apetecido por el público. Este fruto, que se debe consumir maduro para aprovechar al máximo sus nutrientes, es célebre por su textura cremosa y las innumerables posibilidades culinarias que ofrece, desde su incorporación en postres hasta su uso en platos exóticos que requieren un toque fresco y tropical.

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