Si en algo Donald Trump tiene un talento indiscutible, es su capacidad para vender y venderse. Un claro ejemplo de esto es la Trump Tower, ubicada en la famosa Quinta Avenida de Nueva York, que no solo sirvió como cuna de su campaña presidencial en 2016, sino que además ejemplifica su destreza para el marketing, al haber sido numerada de tal manera que aparenta tener más plantas de las que realmente posee.
En este emblemático rascacielos, donde uno esperaría encontrar imponentes medidas de seguridad dadas las circunstancias políticas y los intentos de asesinato contra el expresidente, la realidad es sorprendentemente otra. La entrada, aunque vigilada, parece no indicar una fortaleza inexpugnable sino más bien la puerta a un templo de consumo y admiración hacia la figura de Trump. Turistas y admiradores ingresan no tanto para confrontar al magnate sino para llevarse un pedazo de su legado a casa, en forma de souvenirs y merchandising variados.
Esta infraestructura no solo refleja el lujo y la ostentación que caracterizan a Trump, sino que se ha convertido en un centro de peregrinación para sus seguidores, ofreciendo desde gorras hasta exclusivas monedas conmemorativas diseñadas por el mismo Trump. Los productos a la venta no son meras mercancías, sino emblemas de una ideología y un estilo de vida promovido por el republicano.
La comercialización de la marca Trump va más allá de lo convencional. Desde zapatillas doradas hasta Biblias firmadas, cada artículo parece ser parte de una estrategia meticulosamente diseñada para financiar sus campañas y promover su imagen. Incluso su reciente incursión en el mercado de las criptomonedas revela una ambición por mantener relevancia en una economía digital en constante cambio.
A pesar de las críticas y las acusaciones de beneficiarse personalmente de su campaña y hasta de su presidencia, el equipo de Trump responde con firmeza, alegando que su compromiso es genuino y movido por un amor profundo hacia Estados Unidos. Esta mezcla de negocios, política y personal branding es una estrategia que, aunque controvertida, ha demostrado ser enormemente efectiva para Donald Trump, planteando interrogantes sobre la evolución de la política estadounidense y la influencia del marketing en este ámbito.
Este fenómeno no es exclusivo de Trump; sin embargo, el expresidente ha sabido capitalizar como nadie cada aspecto de su vida pública para promover su imagen y sus intereses, desdibujando las líneas entre la política y el negocio personal. En una era donde la imagen pública es tan poderosa como el discurso político, Donald Trump continúa siendo un caso de estudio sobre el impacto de la marca personal en la política contemporánea.