Desafíos persistentes: Los esfuerzos infructuosos de un país por solucionar las complejidades de la inmigración

En medio de una controversial situación política y social en Portugal, se enciende el debate sobre su política migratoria y su reciente cambio de curso. Hasta hace poco, Portugal se consideraba un modelo de «puertas abiertas» para los inmigrantes, política encarnada y promovida por el socialista António Costa y su gobierno. Una medida emblemática de esta era fue la regularización exprés de inmigrantes durante la pandemia de covid-19, facilitando a miles la obtención de permisos de residencia.

Sin embargo, esta política de inclusión ha empezado a replantearse. El primer ministro Luís Montenegro, en una postura más restrictiva, anunció recientemente medidas para «acabar con algunos mecanismos que se han transformado en un abuso excesivo de nuestra capacidad para acoger inmigrantes». Estas medidas incluyen notificaciones de salida a 18.000 extranjeros en situación irregular, evidenciando el cambio de dirección en la política migratoria del país.

A este escenario se suma la polarización política con figuras como André Ventura y su partido Chega!, quienes, con un discurso claramente antimigratorio, han logrado capitalizar el descontento de algunos sectores de la población. Esta situación refleja no solo un giro en la política interna sino también un desafío al posicionamiento de Portugal dentro de la Unión Europea (UE), históricamente señalado como uno de los países más abiertos a la inmigración.

El descontento social se ha agravado por factores como la crisis de vivienda, con precios de alquiler y compra que se han disparado en los últimos años, haciendo casi inaccesible la vida en ciudades como Lisboa para los ciudadanos de a pie. Aunque Portugal intentó atraer a trabajadores extranjeros, incluyendo nómadas digitales con incentivos fiscales y visados especiales, la realidad es que los beneficios a corto plazo han desencadenado desafíos más amplios en términos de infraestructura y cohesión social.

Pese a estas tensiones, la contribución económica y demográfica de los inmigrantes a Portugal es innegable. La nación enfrenta un serio envejecimiento poblacional, y la llegada de extranjeros ha sido vital para sectores clave como la agricultura, la construcción y el turismo. Aunque la política del país respecto a la migración está en un punto de inflexión, su necesidad de mano de obra extranjera y de revitalización económica sugiere que encontrar un equilibrio será esencial.

Mientras tanto, para personas como Hari, un cocinero nepalí que eligió a Portugal como su hogar hace cinco años, el clima social se ha tornado más retador. Aunque no ha experimentado violencia directa, siente una creciente sensación de no ser bienvenido. Esta percepción, junto con el debate político en curso, sitúa a Portugal en un momento crítico, buscando un camino que le permita seguir siendo un destino acogedor sin sacrificar su cohesión social ni su seguridad económica.

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