El conflicto en Ucrania, que se arrastra desde la invasión rusa hace casi cuatro años, ha llevado al presidente Volodímir Zelenski a replantearse su postura sobre las elecciones en un momento crítico. Originalmente, Zelenski consideró «irresponsables» los comicios durante una guerra, priorizando la defensa nacional sobre la política. Sin embargo, recientemente ha abierto la puerta a la posibilidad de organizar elecciones en un plazo de 60 a 90 días, aunque condicionadas a garantías de seguridad. Su súplica a Estados Unidos y a europeos para que ayuden a proteger este proceso electoral refleja la creciente presión internacional y la sensación de inestabilidad interna en Ucrania.
Las críticas hacia el gobierno de Zelenski han aumentado, no solo por la falta de elecciones, sino también por las acusaciones de abuso de poder y corrupción, especialmente después de un escándalo que involucra la malversación de fondos de defensa. La reciente salida del alcalde de Odesa y la designación de un administrador militar han alarmado a muchos, que ven en ello un intento de centralizar el poder y silenciar la disidencia política. Figuras clave, como el alcalde de Kiev, Vitali Klitschko, han cuestionado la dirección de Zelenski, afirmando que el país se asemeja a un régimen donde las decisiones dependen más del estado de ánimo del presidente que de una verdadera democracia.
La posibilidad de elecciones no solo presenta desafíos logísticos en un país asediado, con millones de desplazados y un frente activo, sino que también se convierte en una cuestión de legitimidad nacional. Activistas y ciudadanos expresan que sin un proceso electoral que rinda cuentas, la reputación y la estabilidad del Estado ucraniano están en jaque. La resistencia interna y los llamados a una mayor transparencia apuntan a que, en estos tiempos de crisis, la democracia pueda encontrar un espacio para sobrevivir, incluso en medio de la guerra.
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