El clima político en Francia se ha intensificado tras el reciente fracaso de dos mociones de censura dirigidas contra el gobierno del macronista Sébastien Lecornu. Tanto la izquierda radical de Francia Insumisa (LFI) como la extrema derecha de Marine Le Pen intentaron desestabilizar al ejecutivo, pero la oposición no alcanzó los 289 votos necesarios, quedándose en 271 para la moción de LFI y 144 para la de Le Pen. Esta última jugada en la Asamblea Nacional evidencia la fragmentación de fuerzas y la dificultad de construir consensos en un panorama político cada vez más polarizado.
La moción más cercana al éxito fue la de LFI, que recibió apoyo de otros grupos, incluidos comunistas y verdes, mientras que el Partido Socialista y Los Republicanos decidieron no respaldar la iniciativa. Este desenlace se produjo por un estrecho margen de solo 18 votos, impulsado por una promesa de Lecornu de posponer la reforma de las pensiones hasta después de las elecciones presidenciales de 2027. Pese al revés, Mathilde Panot, líder de LFI, anunció intenciones de llevar a cabo una nueva moción de destitución contra el presidente Emmanuel Macron.
Las consecuencias de esta votación resonaron en las palabras de los líderes opositores, quienes acusaron a la mayoría de priorizar sus posiciones por encima del bienestar nacional. Jordan Bardella, presidente de la Agrupación Nacional, advirtió que los responsables de evitar la censura serán culpables del sufrimiento futuro del país, mientras que Éric Ciotti, de la Unión de Derechas por la República, abogó por un cambio en un sistema que, a su juicio, está colapsando. Este escenario plantea un desafío significativo para Lecornu y su administración, que ahora navegan aguas turbulentas en la búsqueda de estabilidad política.
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