El regreso del Grand Prix a la televisión española no solo ha alzado el telón de un programa que, tras 18 años de ausencia, ha rejuvenecido la pequeña pantalla, sino que también ha reabierto debates y controversias en un contexto donde la tensión social se siente a flor de piel. Este mes, Ramón García, figura emblemática del concurso, celebra tres décadas desde su estreno. Un hito que no solo rememora viejos tiempos, sino que se convierte en una oportunidad para reflexionar sobre el presente.
Ramón, con su habitual cercanía, ha defendido la incorporación de Lalachus como copresentadora en medio de las críticas. Afirma sin dudar que su elección fue una decisión personal, en un gesto que busca distanciar al programa de las polaridades políticas que han invadido el panorama mediático español. “Lalachus no está en el Grand Prix por política, lo he decidido yo”, asegura, dejando claro que en esta nueva etapa lo primordial es el entretenimiento familiar.
Sin embargo, no todo es un paseo por el camino de la nostalgia. García se enfrenta a los timores de la audiencia actual y sus exigencias. A pesar de la buena acogida en los veranos anteriores, expresa su preocupación por los horarios en los que se emite el programa. “A veces es muy tarde para los niños”, dice, señalando que la franja horaria —con un comienzo programado para las 11 de la noche— limita la posibilidad de que las familias se reúnan a disfrutar del concurso.
Además de las dinámicas de horario, el presentador también comparte una reflexión sobre el cambio en la forma en que el público consume televisión. La llegada del Grand Prix a plataformas de streaming como Prime Video ha sido un alivio, facilitando que el programa alcance audiencias más amplias, aunque la medida también ha planteado inquietudes sobre cómo se contabilizan realmente estas cifras en un momento en que el consumo pierde su definición tradicional.
En sus palabras, se siente la evolución de una sociedad que ha cambiado con el tiempo. “Los niños de ahora no conocieron la vaquilla”, comenta, refiriéndose a uno de los símbolos más recordados del concurso. La ley de protección animal ha marcado un precedente que impide la representación de la vaquilla natural en pantalla, a pesar de que el público sigue solicitando su regreso. Esta transformación plantea un dilema que muchos no han sabido resolver: ¿cómo reconciliar las tradiciones de un país con las normativas que buscan garantizar el bienestar animal?
García, que ha navegado por diversas corrientes políticas durante su carrera, aborda la relación entre la política y la televisión con una sonrisa. Revela que, aunque a menudo se le ha etiquetado con una inclinación política por su origen—extremo norte de España—eso no ha afectado su trayectoria. El presentador se mantiene firme en su decisión de no tomar partido, afirmando que todo lo que busca es ofrecer un espacio de diversión y esparcimiento en un momento en que el clima social puede ser abrumador.
Con el nuevo Grand Prix a la vista, Ramón García no solo se enfrenta a la presión de la audiencia y a las críticas que su equipo pueda recibir, también lleva consigo la responsabilidad de entretener a generaciones enteras. El programa que capturó la esencia de una España de antaño se encuentra ahora en la encrucijada de reinventarse, pero con la convicción de que, al final, el buen humor y la familia seguirán siendo sus mejores aliados.