En el corazón de los conflictos que sacuden el Medio Oriente, la vida sigue en pie de lucha en el kibutz Ein Zivan, ubicado apenas a dos kilómetros de la volátil frontera con Siria. Este asentamiento, hogar de 400 judíos, se mantiene en vilo ante el lanzamiento constante de misiles en el norte de Israel. Pese a la creciente tensión y los llamados a la evacuación, sus residentes, aferrados a sus raíces y a un sentimiento de resistencia, optan por quedarse en sus hogares, en lo que ellos consideran su tierra conquistada desde la guerra de los Seis Días en 1967.
La realidad de Ein Zivan es un reflejo de la persistente controversia en los Altos del Golán, cuya soberanía sigue siendo disputada por Siria. La vida en este kibutz se desenvuelve entre campos arrasados por el conflicto, un testimonio del coste humano y material de esta prolongada disputa territorial. Entre sus habitantes, los Chepelinsky, un matrimonio que administra una chocolatería y que, pese al peligro constante, ha decidido no abandonar su hogar. Su postura refleja un sentimiento compartido en la comunidad: el llamado a una solución definitiva que asegure su modo de vida y seguridad.
Las acciones militares en respuesta a la amenaza que representa Hezbolá y otros grupos armados son una constante en esta frontera. La reciente ofensiva israelí en puntos estratégicos, como los alrededores de un paso fronterizo entre Líbano y Siria, evidencia la escalada del conflicto, pero también resalta la complejidad de una paz duradera en la región. Estas acciones tienen un profundo impacto en la vida cotidiana de los pobladores, afectando desde el flujo de visitantes hasta la economía local, como lo demuestra la situación de la chocolatería de los Chepelinsky.
En este contexto, la comunidad internacional observa con preocupación la perpetuación de un conflicto que no distingue entre combatientes y civiles, dejando tras de sí una estela de víctimas inocentes, como lo demuestra el trágico ataque que se cobró la vida de 12 niños en Majdal Shams. Este suceso añade dolor y complejidad a una situación ya de por sí intrincada, donde las líneas entre defensores, agresores y víctimas se desdibujan en el fragor del conflicto.
Ein Zivan y sus habitantes son un microcosmos de la tensión que se vive en los Altos del Golán, simbolizando tanto la resistencia frente a la adversidad como el alto precio que demandan estas disputas territoriales. En medio de llamados a la acción militar y a la defensa de su territorio, emerge un clamor por soluciones que vayan más allá de la confrontación, en busca de una paz duradera que aún se ve distante en el horizonte del Medio Oriente.