En Cuba, el calor implacable de agosto no ha dado tregua. Este mes, no ha habido un solo día en que la temperatura bajara de los 31 grados, sumado a un nivel de humedad relativa que alcanza el 90%. La situación se agrava con la frecuencia de los apagones, que dejan a miles de familias sin electricidad hasta por 20 horas al día. Este cruel verano se incrusta en el contexto de un cambio climático que empuja a toda la isla hacia temperaturas extremas, con récords de calor que superan los 40 grados, situaciones antes inusuales para esta nación caribeña.
El servicio climático europeo Copernicus señala estas olas de calor como una manifestación directa del calentamiento global. Junio de este año fue marcado como el mes más caliente desde que se tienen registros, continuando una tendencia preocupante de aumentos de temperatura a nivel mundial.
Los habitantes de la isla intentan sobrellevar el calor y los apagones como pueden. En algunos hogares, aproximadamente la quinta parte según reportes, se adelantan actividades esenciales antes de la caída del sol para mitigar los efectos de las interrupciones eléctricas, que suelen coincidir con el horario de mayor consumo. La falta de electricidad interfiere directamente con la alimentación, conservación de alimentos y el bienestar básico de los cubanos.
Más allá del calor y la oscuridad, las consecuencias de estas condiciones extremas se hacen sentir también en la salud pública, con un aumento de enfermedades transmitidas por mosquitos, como el dengue hemorrágico. La situación energética, agravada por una gestión deficiente y la obsolescencia de la infraestructura de generación eléctrica, ha llevado a críticas sobre la capacidad del gobierno para manejar la crisis. La reparación y modernización del sistema se estima en unos 10.000 millones de dólares, una cifra astronómica para la economía cubana.
Los cortes de electricidad no son distribuidos equitativamente por la isla. Mientras que La Habana ve menos interrupciones, las áreas rurales y menos pobladas sufren con más frecuencia la falta de suministro. Esta disparidad resalta las inequidades en el acceso a recursos básicos, exacerbando las diferencias entre la vida urbana y rural.
Algunos cubanos, como aquellos en el sector de la panadería, se ven obligados a modificar radicalmente sus métodos de trabajo para poder subsistir. La urgencia de adaptarse a los cambios impuestos por la crisis energética es una realidad palpable en el día a día de la población.
En resumen, Cuba enfrenta un verano extremadamente difícil, donde las altas temperaturas y los apagones prolongados ponen de manifiesto la vulnerabilidad de la isla ante el cambio climático y las deficiencias sistémicas. La lucha por mantener la normalidad en condiciones tan adversas es un testimonio de la resiliencia de los cubanos ante los obstáculos climáticos y energéticos.