En marzo de 2016 el Ministerio de Fomento entregó al Ayuntamiento de Castillo de Garcimuñoz el castillo de la población que durante seis años había estado en obras, desde marzo de 2010 a marzo de 2016, en las cuales el Ministerio había invertido tres millones de euros.
Esta duración se explica porque las obras hubieron de interrumpirse en septiembre de 2013, cuando quebró la empresa CLEOP, que fue la primera adjudicataria, y hubo de ser suplida por la empresa SUSTRATAL que fue la que las terminó.
Cuando se inauguró el castillo, hubo unas jornadas de puertas abiertas en las que la arquitecta Izaskun Chinchilla explicaba a los visitantes la obra realizada. Lamentablemente no pude acudir a estas explicaciones porque otros deberes me retenían en Madrid, así que me quedé con las ganas de escuchar a la ideóloga de las obras. Llegó a mis oídos que en sus explicaciones decía que el castillo había sido mandado destruir por orden de los Reyes Católicos porque el marqués de Villena, don Diego López Pacheco, al que pertenecía el castillo, defendió la causa de Juana la Beltraneja. Como eso no es cierto, le escribí un email comunicándoselo para que no propagase el error, no recibí contestación a mi email.
Cuando me enteré de que en la I Asamblea de la Asociación y Club de Producto Turístico de Castillos y Palacios de España, la arquitecta Izaskun Chinchilla tenía una ponencia, el martes 20 de noviembre de 2018, a las 13,45 horas, sobre la adaptación del castillo de Garcimuñoz, previa invitación, no dudé en asistir a la misma.
Lo más llamativo de su ponencia fue el escuchar de sus labios que a su obra la denominaba “la criatura”, palabra que proviene del verbo crear, acción propia de Dios. O sea, que lo realmente importante para ella no era restaurar un antiguo y emblemático castillo y prepararlo para ponerlo en valor para el turismo, de modo que o bien fuera rentable económicamente o al menos se pudiera mantener sin necesidad de las continuas ayudas de las diversas administraciones, al tiempo que colaborase al turismo en tierras conquenses. Lo realmente importante era su “criatura”, ese conjunto de acero galvanizado, cristal y plástico de diversos colores.
Con la entrega del castillo a las autoridades locales no se entregó ningún plan de explotación o viabilidad. Si ha estado abierto al turismo en temporada de verano durante los años 2016, 2017 y 2018, ha sido gracias al ingenio del Ayuntamiento de la población y a las arcas municipales que han sido las únicas de las que se ha subvencionado el castillo durante estos tres años, pues una vez entregada la obra, ni el Ministerio de Fomento ni la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha ni la Diputación han querido saber nada de él.
Según nos dicen en el Ayuntamiento, los ingresos por entradas no han sido suficientes para cubrir los gastos generados por el castillo desde que se abrió en el año 2016. Una carga excesiva para una población manchega de tan solo 150 habitantes, razón por la cual el castillo en lugar de ser una puerta abierta al futuro, se convierte en una enorme losa que soportar.
Se ha dicho que el castillo fue un pretexto para que la arquitecta viera realizada “su criatura”, en lugar de acometer una restauración clásica buscando el máximo provecho. Probablemente haya algo de verdad en esta aseveración, pero también hay que decir al respecto que es muy fácil criticar y destruir, que es a lo que apuntan la mayoría de las críticas, y más difícil el construir y colaborar aportando ideas.
Con anterioridad al proyecto de Izaskun Chinchilla, en 1998 hubo uno anterior del arquitecto Miguel Ángel Santos, que no se llegó a autorizar por Delegacíón Provincial de Educación y Cultura porque no se había realizado el completo estudio histórico arqueológico del patio de armas. Me hubiera gustado ver cómo Miguel Ángel solventaba el problema que expondré a continuación.
El castillo de don Juan Pacheco en Garcimuñoz es muy peculiar porque debajo de este castillo hay otro anterior, nos estamos refiriendo al castillo que habitó el mal llamado infante don Juan Manuel durante buena parte de la primera mitad del siglo XIV. Este castillo había quedado malparado como consecuencia de los diversos enfrentamientos bélicos habidos en el segundo tercio del siglo XV. Por esta razón, don Juan Pacheco, decidió hundirlo y sobre él levantar un nuevo castillo ya preparado para hacer frente al avance tecnológico de la artillería de su época. Cuando en 1974 se realizó la monda en el antiguo cementerio, ubicado allí en 1834, afloró el antiguo castillo de don Juan Manuel que también había que preservar y que fue excavado formalmente en el año 2008 por Joaquim Parcerisas Civit.
Si el castillo hubiera sido único, el problema era fácil de resolver, pero al haber dos, uno encima del otro, la mayoría de las soluciones que hubieran sido eficaces para el primer caso, dejan de serlo para el segundo. Por ejemplo, ahora no se puede construir junto a la iglesia un nuevo muro para unirlo con la estructura del castillo, construir ex novo salones y habitaciones que se pueden museizar y a las que se les puede dar una funcionalidad. Si respetamos las ruinas del viejo castillo, poco margen de obra queda, gustos estéticos aparte, pues cualquier nueva construcción ha de cimentarse sobre el viejo castillo de don Juan Manuel.
Las obras acometidas por Izaskun Chinchilla han recuperado la torre del Homenaje y la torre noroeste que se han comunicado mediante una pasarela que las une, razón por la cual el castillo es visitable, trescientos cincuenta años después de su destrucción, no por los Reyes Católicos sino por el pueblo para convertirlo en cantera que surtiera de piedra a las obras de la iglesia que se levantó en una crujía del castillo.
También se ha proporcionado utilidad a su patio de armas, donde en el verano se dan conciertos musicales y se realizan otras actividades. Ahora bien, no hay que dudar de que tantas chimeneas solares han mermado muchos metros cuadrados útiles al monumento y se han convertido en unos adornos inútiles sin funcionalidad real, una mezcla de arquitectura y escultura por lo que la restauración realizada parece “de diseño”.
Por otra parte, el castillo de don Juan Manuel nunca contó en los proyectos de la arquitecta, fue dañado con las obras y no se entregó suficientemente consolidado, razón por la cual en el año 2018 hubo de cerrarse a las visitas turísticas para que estas no lo deteriorasen más.
Cada monumento ha de comercializarse al público desde lo que es, no desde lo que hubiera podido ser ni desde lo que hubiera deseado ser, razón por la cual a sus gestores no les están permitidas las ensoñaciones sino una buena dosis de realidad.
Alarcón, Belmonte y Garcimuñoz tuvieron tres castillos poderosos en su época, que en el transcurso del tiempo han dado lugar a lo que ahora son. Los tres han sufrido restauraciones agresivas, pero que los han mantenido en pie y que son tres ejemplos diferentes de lo que se puede hacer con un castillo.
La primera de ellas es convertirlo en un Parador Nacional, aunque del castillo sólo se conserven los lienzos exteriores y se destruyan todos los interiores, acción que es muy criticada por los puristas de la castellología como Edward Cooper. Esto es lo que Manuel Fraga e Iribarne mandó hacer en Alarcón, salvando a la población de un destino similar al de Moya cuyo castillo sigue en pie, pero la villa está abandonada. Hoy día Alarcón es un enclave turístico con renombre en el panorama turístico de España.
La segunda opción consiste en restaurarlo en estilo clásico, es lo que en el siglo XIX hizo Alejando Sureda en el castillo de Belmonte por encargo de la emperatriz Eugenia de Montijo. Claro que habría que oír los comentarios de la época sobre el patio neogótico de ladrillo. En este afán se han mantenido los actuales gestores que están poniendo en valor al mejor de los castillos de la provincia de Cuenca. Una estudiada museización, mitad medieval y mitad decimonónica, los torneos de combate medieval, las recreaciones históricas, el vuelo de aves rapaces, las visitas teatralizadas, las bodas y otras actividades están encaminadas a rentabilizar el castillo.
Por último, tenemos la “restauración” del castillo de Garcimuñoz en estilo postmoderno, mezclando escultura con arquitectura. Estas tres versiones ofrecen al visitante una amplia panorámica sobre las diversas respuestas a la pregunta: ¿qué podemos hacer con un castillo?
Mucho tenemos que aprender de franceses, ingleses, italianos y alemanes a la hora de comercializar nuestros productos culturales y turísticos. La visita a los castillos del Loira se ha convertido en un viaje clásico que ofrecen las agencias de viajes de toda Europa; sin embargo, la Ruta de los castillos del marquesado de Villena en la provincia de Cuenca no ha pasado de ser un sueño romántico que tal vez alguien se atreva a comercializar en un futuro próximo.
Siempre es hora de recibir una crítica constructiva, pero en nuestros días ya va siendo hora de colaborar con ideas para saber vender al turista lo que en realidad tenemos, que no es poco, y no lo que nos hubiera gustado tener.
Resulta realmente lamentable la nula colaboración de las tres administraciones (Nacional, Autonómica y Provincial) con la gestión del castillo a partir de marzo del año 2016 en que abrió las puertas al público. Con independencia del signo político de sus gobernantes, las diversas instituciones debieran colaborar con el ayuntamiento de Castillo de Garcimuñoz tanto en su mantenimiento como en la difusión de su puesta en valor para incrementar las visitas turísticas al tiempo que se contribuye a mantener la población de un pueblo más de esta España vacía de la que todos hablan, pero por la que pocos actúan con criterio.
En el presente ejercicio se ha modificado el régimen de las visitas, que ya no son guiadas sino que se realizan por medio de audioguía, desde entonces el número de visitantes se ha multiplicado. Esperamos que en un futuro próximo las diversas administraciones decidan colaborar con el ayuntamiento de Castillo de Garcimuñoz para potenciar el turismo en este castillo que tan solo dista un kilómetro de la autovía A3 o del Levante. Tenemos que saber captar a los turistas que cruzan por nuestras autovías camino del sol del Levante.
Un artículo de Miguel Salas Parrilla.