En Argelia, la atención en las elecciones presidenciales está puesta más en la tasa de participación que en el ganador anticipado. Abdelmadjid Tebboune, de 78 años y actual líder del Estado, se perfila como el seguro vencedor en los comicios adelantados al 7 de septiembre, tres meses antes de lo previsto, por razones no especificadas pero se sospecha que estén conectadas a desafíos regionales. Tebboune, quien emergió como sucesor en las elecciones de diciembre de 2019 tras la renuncia de Abdelaziz Bouteflika, consiguió una victoria con el 58.13% de los votos, en un contexto de la más baja participación electoral.
En aquel entonces, regiones como Cabilia mostraron índices de participación mínimos, reflejando el descontento o la apatía del electorado. Ahora, el interés se centra en si Tebboune podrá sobrepasar ese bajo porcentaje de participación, mientras imágenes de colegios electorales vacíos plantean interrogantes sobre la legitimidad y la aceptación del proceso electoral.
El desafío principal parece ser la movilización de los votantes en un país donde la abstención se entiende como una posición política y se multiplican las voces que descartan las elecciones como una ilusión de elección. Tebboune, declarado candidato independiente pero apoyado por partidos como el Frente de Liberación Nacional (FLN), enfrenta una opaca campaña electoral con escasos competidores debido a los rigorosos requisitos impuestos por la autoridad electoral, que han excluido a varios candidatos potenciales, incluidas dos mujeres acusando al proceso de «fraude».
A pesar de la presencia de algunos partidos, muchos de ellos tradicionales optan por el boicot, criticando el proceso como un engaño electoral. Este contexto plantea desafíos hacia la credibilidad de las elecciones y destaca una campaña marcada por la ausencia de debate político y la denuncia de la represión contra opositores y activistas.
En política exterior, Argelia ha buscado reforzar su posición, particularmente frente a Marruecos y en el contexto de la crisis energética global, posicionándose como un proveedor alternativo de gas. Sin embargo, en casa, la campaña tiene tonos más sombríos, con críticas a la falta de libertades civiles y una represión que algunos califican de «implacable».
Con el refuerzo del papel de los militares en la administración civil, Argelia se adentra en estas elecciones con el desafío de legitimar su proceso democrático ante una población que ve en la abstención una forma de protesta. La situación deja a la luz los retos que enfrenta el país en materia de representatividad y libertad, con un panorama electoral que parece decidido de antemano, pero con consecuencias aún inciertas para su tejido político y social.