Cinco mujeres belgas, nacidas por relaciones extramaritales, llevan al Estado a los tribunales

En un juicio sin precedentes en Europa, el Estado belga se enfrenta a su oscuro pasado colonial ante las demandas de Léa Tavares Mujinga, Monique Bintu Bingi, Noëlle Verbeken, Simone Ngalula, y Marie-José Losh, cinco de los miles de niños mestizos arrancados de los brazos de sus madres durante el periodo de colonización belga en el Congo. Este acto discriminativo se extendió desde 1908 hasta 1960 y castigó la unión entre ciudadanos europeos y mujeres africanas, catalogando a los frutos de dichas uniones como ilegítimos y una amenaza para el orden colonial.

Arrancadas de sus hogares a temprana edad, las víctimas fueron privadas de su identidad y enviadas a orfanatos y conventos lejos de sus familias, en un intento forzado por «europeizarlas». Considerados niños de «vergüenza» y «pecado», estos niños mestizos, o métis, experimentaron una estigmatización profunda. No eran reconocidos por sus padres blancos y eran despojados de cualquier filiación, tratados como huérfanos por el Estado.

El calvario no se disipó con la independencia del Congo. Incluso en libertad, muchos mestizos enfrentaron obstáculos insuperables, luchando por encontrar a sus familias y reclamar su identidad. El caso de Monique Bingi, quien recorrió más de 200 kilómetros buscando a su madre, es un testamento de la lucha y el abandono que caracterizó la vida de estos niños.

En 2021, las cinco mujeres llevaron su demanda ante la justicia, acusando al Estado belga de cometer crímenes contra la humanidad por su política de segregación racial. Aunque inicialmente rechazada, esta lucha legal renovada busca compensación y reconocimiento por las injusticias sufridas.

El reconocimiento de estas atrocidades por parte de figuras oficiales belgas, incluyendo al primer ministro actual presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y al rey Felipe, quien expresó su pesar por la violencia cometida durante la colonización, marca un punto de inflexión en el reconocimiento del legado colonial belga. Sin embargo, las víctimas demandan acciones concretas y justicia, más allá de las disculpas.

Este juicio histórico destaca una página sombría de la historia colonial europea, invitando a una reflexión profunda sobre el racismo sistémico y las políticas de exclusión. Consecuentemente, pone a prueba la capacidad de las sociedades contemporáneas para enfrentar y rectificar los errores del pasado, ofreciendo una oportunidad para la reparación y la reconciliación.

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