Las tensiones entre China y las organizaciones yihadistas globales han alcanzado un nuevo pico, según las escalofriantes representaciones y mensajes entregados por el Estado Islámico en la Provincia de Jorasán (ISKP). La publicación oficial de esta rama, «La Voz de Jorasán», no solo ha destacado mediante ilustraciones gráficas su animosidad hacia los líderes de la Organización para la Cooperación de Shanghai, colocando a Xi Jinping en una destacada y provocativa posición, sino que también ha ridiculizado las relaciones de China con el talibán. Este enfoque en China subraya un punto de inflexión en la estrategia terrorista global y refleja una realidad preocupante para la seguridad internacional y para el gigante asiático.
El enfoque de estas organizaciones extremistas en China no es un hecho aislado, sino la consecuencia de la percepción de Beijing como un «opresor de musulmanes», especialmente por su tratamiento a la minoría uigur en Xinjiang. La amenaza es explícita, con mensajes propagandísticos que prometen «inundar las calles [de China] con sangre», un reflejo de un odio profundamente arraigado, pero también de una intención clara de desafiar la presencia china en el escenario mundial.
Los ataques contra objetivos chinos fuera de sus fronteras han sido un testimonio claro de la vulnerabilidad de China ante estas amenazas. Aunque el sofisticado sistema de seguridad chino ha prevenido con éxito ataques dentro de su territorio, los intereses chinos en el extranjero han sufrido atentados significativos, desde Pakistán hasta el norte de África. Estos ataques no solo han venido de grupos yihadistas sino también de movimientos seculares y etnoseparatistas, que ven en la creciente influencia china una amenaza a sus propias causas.
Este problema se agrava a medida que la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) expande la presencia económica y política china en regiones estratégicamente sensibles, aumentando su exposición a ataques tanto físicos como propagandísticos. Los especialistas en terrorismo, como Lucas Webber y Raffaello Pantucci, señalan que mientras la atención del mundo se ha concentrado en la cuestión uigur, las organizaciones extremistas están adoptando un discurso antiimperialista para criticar la expansión de China, lo cual podría aglutinar a un espectro más amplio de opositores contra Beijing.
En respuesta, China ha presionado a gobiernos extranjeros para que tomen medidas contra estos grupos, mostrando una firme determinación para proteger a sus ciudadanos y sus intereses globales. Sin embargo, estas acciones subrayan un dilema más profundo para China: a medida que se consolida como una superpotencia global, también se convierte en un blanco principal para ataques. Esta compleja interacción entre desarrollo económico global y seguridad representa un desafío que Beijing debe enfrentar con cautela, ya que avanza estratégicamente en el tablero internacional.
Este recrudecimiento de la hostilidad hacia China por parte de las organizaciones yihadistas y otros grupos terroristas subraya un contexto global de incertidumbre y violencia, donde la geopolítica y el extremismo se entrelazan de maneras cada vez más complejas. La comunidad internacional debe estar atenta, ya que las repercusiones de estos enfrentamientos trascienden las fronteras nacionales, afectando la seguridad y estabilidad mundial.