En Caracas, la capital de Venezuela, se palpaba una atmósfera de tensión y expectativa mientras la ciudad se preparaba para la toma de posesión de Nicolás Maduro, marcando su tercer mandato como presidente de la República. La semana previa a la ceremonia estuvo marcada por una serie de eventos que resaltaron el ambiente polarizado que vive el país. La reaparición y breve secuestro de la figura opositora, María Corina Machado, y la detención de 16 manifestantes en diversos puntos del país auguraban un día de toma de posesión bajo un clima de alta vigilancia y confrontación.
Desde horas tempranas del día señalado, diversas calles de Caracas amanecieron bloqueadas por fuerzas armadas, mientras autobuses llenos de seguidores del oficialismo llegaban de diferentes estados, evidenciando una movilización bien orquestada. La presencia de vehículos militares y de seguridad del Estado escalaba en medida que se acercaban al centro de la ciudad, donde tendría lugar el acto oficial.
Pese a que sectores de la oposición y la comunidad internacional han criticado fuertemente al régimen de Maduro, calificando su gobierno de autoritario y responsable de una profunda crisis en múltiples aspectos de la vida del país, este día los seguidores del chavismo se mostraban dispuestos a celebrar. En lugares como la plaza Diego Ibarra, donde se instalaron tarimas y cornetas, la atmosfera parecía más inclinada a una festividad que a un acto político formal. La retórica del gobierno, enfocada en la paz y en la alegría como respuestas a la «amargura» de los opositores, resonaba entre los asistentes.
Sin embargo, no todo era celebración. El operativo de seguridad desplegado en las inmediaciones de la Asamblea Nacional donde Maduro tomaría posesión evidenciaba la tensión latente. Las fuerzas de seguridad, incluyendo miembros del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC) y la Guardia Nacional, mostraban un despliegue de arsenal que iba desde carabinas de perdigones hasta rifles de asalto militares. Esta medida de seguridad extremadamente visible destacaba la preocupación del gobierno por posibles acciones de la oposición.
Por otro lado, la presencia de los colectivos y las milicias bolivarianas, algunos de ellos de avanzada edad, subrayaba la «unión cívico-militar-policial» que según sus miembros defiende la patria en estos momentos críticos. Este espectáculo de lealtad al chavismo, sin embargo, contrastaba con la realidad de un país dividido y en crisis, donde incluso la legitimidad de esta toma de posesión había sido cuestionada ampliamente.
El evento culminó con el juramento de Maduro y un discurso en el que enfatizó en la democratización del poder como un logro de su gobierno, obviando la creciente centralización del poder político y la grave situación de derechos humanos que enfrenta Venezuela. Mientras tanto, fuera de la zona del evento, la vida en Caracas continuaba mostrando las marcas de una nación esperanzada por cambios profundos y soluciones a sus profundas heridas sociales, económicas y políticas.