Bruselas, la capital de Bélgica, es conocida por su rigor implacable sobre detalles burocráticos y faltas menores, sin embargo, se confronta con una paradoja profunda en su trato hacia problemas de mayor envergadura. La ciudad, un laberinto de reglas meticulosamente aplicadas para cuestiones de la vida cotidiana, parece girar en su opuesto cuando enfrenta desafíos importantes tales como la seguridad y el control del crimen organizado.
Los habitantes de Bruselas viven bajo el constante temor de cometer errores triviales como sacar la basura orgánica en el día incorrecto, obedeciendo a un programa de recolección extremadamente estricto que varía de calle en calle. Sin embargo, esta atención detallada a las menudencias contrasta intensamente con situaciones de mucha mayor gravedad que parecen deslizarse a través de las grietas del sistema. Un ejemplo sobresaliente de esta dicotomía se evidenció en octubre de 2023, cuando un terrorista, después de cometer un doble asesinato, pudo circular libremente por la ciudad en motocicleta, encontrando su fin solamente al día siguiente en una cafetería.
Este no es un incidente aislado. La historia belga reciente está manchada por fallas de seguridad significativas, algunas de las cuales tienen conexiones directas con atentados en otras partes de Europa. Salah Abdeslam, implicado en los atentados de París, encontró refugio en Molenbeek, Bruselas, por meses. Otro terrorista que debió haber sido deportado a Túnez nunca lo fue, por lo que permaneció en Bélgica debido a un «error» que resultó en la destitución del ministro de Justicia.
Además de los desafíos de seguridad, la violencia entre bandas ha crecido en ciertos barrios, con Anderlecht experimentando cinco tiroteos en solo dos semanas. Mientras tanto, la aplicación rigurosa de normas burocráticas menores es alabada por algunos, como Patrick M, un policía que ha impuesto 5.000 multas de tráfico en un año, ganándose el apodo de “Terminator” por su tolerancia casi nula hacia la infracción.
La regulación del tráfico, especialmente en lugares caóticos como la plaza Doctor Schweitzer durante las horas pico, refleja la habilidad de Bruselas para organizar el caos a una escala micro, mientras se muestra incapaz de gestionar o incluso reconocer adecuadamente problemas de mayor magnitud. La rotonda de Meiser simboliza perfectamente esta situación: un lugar de tráfico infernal, aparentemente sin esperanza de mejora, aceptado como una realidad por los residentes de la ciudad.
En últimas, la situación en Bruselas destila una complejidad de contrastes. La ejecución extremadamente eficiente de regulaciones menores parece ir de la mano con una sorprendente ineficacia o indiferencia hacia asuntos cruciales. La ciudad, con su peculiar orden entre el caos, encarna la dualidad de rigidez y laxitud, dejando a sus habitantes en un constante estado de adaptación y, a veces, de perplejidad.