En 2020, la oposición bielorrusa desafió al dominio de larga data de Alexander Lukashenko, poniendo en juego la estabilidad de su régimen ante una ola de protestas sin precedentes. A cambio, el país ha visto un doloroso costo humano con miles de individuos encarcelados, cientos torturados y múltiples fallecidos en un contexto de creciente represión. A nivel geopolítico, Lukashenko ha virado significativamente hacia una dependencia aún mayor de Moscú, permitiendo el emplazamiento de armamento ruso de avanzada en suelo bielorruso, lo que subraya su rol en el conflicto actual con Ucrania.

Las recientes elecciones en Bielorrusia, realizadas bajo un manto de frialdad tanto literal como metafórica, sugieren una reelección inminente de Lukashenko. La ciudadanía, temerosa y cada vez más resignada, parece priorizar la estabilidad por sobre el cambio, incluso aquellos que antes clamaron por una transformación. Pese a esto, persiste un vigoroso debate sobre la legitimidad del proceso electoral, con importantes voces nacionales e internacionales desestimando los resultados.

La represión posterior a las manifestaciones de 2020 y la persecución de la oposición han motivado una diáspora bielorrusa que observa con impotencia desde el exterior. Las voces de quienes se mantienen dentro de las fronteras del país, ya sea por elección o circunstancia, revelan una mezcla de lealtad, miedo y resignación frente a la actual administración.

Existen, sin embargo, intentos por parte del régimen de Lukashenko para mejorar las relaciones con Occidente, posiblemente como una estrategia para mitigar el impacto de las sanciones una vez concluya la contienda en Ucrania. La liberación de prisioneros políticos en los meses previos a las elecciones sugiere un intento de limpiar la imagen del país a nivel internacional. No obstante, muchos líderes de la oposición permanecen detenidos y la represión se mantiene como una constante amenaza para quienes osan disentir.

La situación en Bielorrusia refleja así un complejo entrelazamiento de política interna y dinámicas internacionales, con un pueblo atrapado en medio de ambiciones de poder tanto locales como foráneas. La estabilidad, tan apreciada por algunos sectores de la sociedad, se ha conseguido a un costo tremendo en términos de derechos humanos y libertades civiles. La narrativa oficial promueve una imagen de unión y fortaleza, pero bajo la superficie yacen las historias de quienes han pagado el precio de la discordia con su libertad, su bienestar y, en algunos trágicos casos, sus vidas.

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