En un viaje que marcó un hito simbólico más que trascendental, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, optó por no aterrizar en el nuevo y reluciente aeropuerto Antonio Agostinho Neto en Luanda, Angola, una majestuosa obra de ingeniería financiada en su mayor parte por China, con un costo de 3.8 billones de dólares. El gesto de Biden al descender en el antiguo aeropuerto internacional de Luanda, seguido de un recorrido por una autopista también financiada por China, no pasó desapercibido en el contexto de la creciente influencia china en África. A pesar de sus comentarios sobre el compromiso de Estados Unidos con África, las acciones parecen hablar más del pragmatismo político y las realidades geopolíticas que de un verdadero cambio de política hacia el continente.
Esta visita ocurre en un momento en que Estados Unidos busca reposicionarse en un continente donde China y, en menor medida, Rusia, han estado expandiendo significativamente su influencia. A pesar de la promesa de Biden acerca de una inversión estadounidense de 3,000 millones de dólares en el proyecto ferroviario Corredor del Lobito, que conectará El Congo, Zambia y la Costa de Angola, la realidad sugiere que África todavía no es una prioridad en la política exterior estadounidense. Esto se refleja en el hecho de que, de los 45 presidentes de EE. UU., solo seis han realizado visitas oficiales a África subsahariana.
El reciente viaje de Joe Biden parece haber tenido más un tono de despedida que de establecimiento de un nuevo rumbo en las relaciones entre EE.UU. y África, especialmente dado el contexto de su retirada como candidato presidencial y la victoria del republicano Trump. La dinámica política interna estadounidense y las promesas sin cumplir han dejado a África esperando un cambio significativo que aún no se materializa.
En contraste, China ha invertido fuertemente en el continente, prometiendo más de 50.000 millones de dólares en inversiones durante la reciente Cumbre del Foro de Cooperación China-África. Este enfoque chino, centrado en la no intervención en asuntos internos y en proporcionar préstamos que en muchos casos han sido criticados por generar una «trampa de deuda», ha resultado en una influencia creciente en la región.
La visita de Biden, no obstante, pone de relieve algunos temas críticos. El presidente de Angola, Joao Lourenço, expresó su interés por cambiar la denominada “deuda trampa” china y buscar inversiones estadounidenses más beneficiosas para su país. Este cambio de retórica refleja un malestar creciente con los términos de financiamiento chinos y podría abrir nuevas oportunidades para la participación estadounidense.
A pesar de la lucha de influencias entre grandes potencias, el tema de los derechos humanos sigue siendo un punto crítico. Biden enfrenta el desafío de abordar estas preocupaciones sin caer en la hipocresía o el cinismo, equilibrando la diplomacia con la promoción de valores universales. África no es, pues, un «terreno de nadie», sino una arena de complejas relaciones geopolíticas que requieren un enfoque más matizado y comprometido por parte de actores globales, incluido Estados Unidos. La visita de Biden quizás deje algunas huellas interesantes, pero solo el tiempo dirá si marca un verdadero cambio en la política estadounidense hacia África o si queda en otro gesto simbólico con poca repercusión real.