El fallo final del Benidorm Fest ha suscitado una extraordinaria polémica amplificada por su agrio desarrollo en las redes sociales. Este fenómeno ha puesto en cuestión el sistema de elección democrática; los problemas de ponderación del televoto; la legitimidad, procedencia e independencia de un jurado profesional que decide sobre el 50 % del veredicto final; y el peso de un público seleccionado por una empresa de investigación de mercados, también llamado “muestra demoscópica”.
Las dudas y reservas sobre este proceso han obligado a la misma RTVE a emitir un comunicado en el que se compromete a “abrir un diálogo participativo para mejorar, de cara a próximas ediciones, todo el proceso del Benidorm Fest”. Pero más allá de esta polémica en la que han terciado las opiniones de los políticos de distintas orientaciones, quizá deberíamos centrarnos en la condición esencial de este festival: su carácter musical. Y es que la música misma, sus oyentes y las distintas formas de escuchar son los elementos que sin duda alimentan la controversia.
No todos escuchamos igual
Existe un hecho probado que justifica esta polémica: no todos escuchamos la música del mismo modo. Nuestra actitud, experiencia, conocimientos, vivencias, etc., condicionan nuestra percepción y las estructuras neuronales implicadas en la percepción musical.
Ya David Huron en su libro Sweet Anticipation clasificaba nuestros modos de escuchar y cómo la música solo responde a los interrogantes que le planteamos.
Cada uno de nosotros emplea estrategias diferentes cuando escuchamos:
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metafísica (si nos preguntamos por cuestiones trascendentales);
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entonada (si hemos aprendido el tema y lo cantamos incluso silenciosamente);
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lírica (si prestamos especial atención al texto);
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programática (si desatamos la imaginación e inventamos historias);
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alusiva (si buscamos parecidos con otras canciones);
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correctiva (si somos profesores y buscamos “errores” musicales);
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emocional (acompañada de sensaciones físicas);
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cinética (si necesitamos bailar);
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performativa (si somos músicos e imaginamos que tocamos lo que escuchamos).
La nómina es mucho más amplia y esto permite comprender por qué nos cuesta trabajo coincidir en gustos musicales. Uno mismo puede variar de actitud: hoy puedo conceder más atención a Tanxugueiras que a Chanel, pero mañana, tal vez, me entusiasme con Rigoberta Bandini porque su música me traiga a la memoria a Amaral. Y a cada una de ellas aplicaré, probablemente, formas de escucha distintas, influidas por detalles como el baile de Chanel o el “pecho global” de “Ay Mama”.
Descubriremos el valor de cada canción según el modo en que la escuchemos. Llegados a este punto, quizá interesen menos las polémicas sobre el jurado, la muestra demoscópica o la importancia del televoto que la pregunta siguiente: ¿sabemos realmente cómo escuchamos? Este interrogante tiene, sin duda, una trascendencia educativa.
¿Quiénes escuchan Benidorm Fest? Cada vez un público más joven
Pese al marcado perfil pop del festival, Eurovisión ha dado cabida en los últimos años a un amplio número de géneros, conformando intervenciones eclécticas e imprevisibles que van desde el reguetón a la rumba, pasando por el tecno o el heavy metal. Esta diversidad ha hecho que el festival gane adhesión entre el público más joven.
El canal oficial de YouTube de Eurovisión nos describe muy bien a sus seguidores durante el último año: 50,6 millones de consumidores entre los cuales los jóvenes de entre 18 y 34 años representaron el 71 % del total. El Benidorm Fest 2022 ha sido capaz de atraer a un público aún muy joven, dado que los espectadores de 13 a 24 años han sido su cuota de audiencia más alta (36,7 %).
Desde la docencia y la investigación nos preocupan y nos interesan especialmente los hábitos y conductas de escucha de esta juventud, pues este proceso de formación es extraordinariamente voluble y vulnerable. Si el pensamiento crítico apela a saber observar, también lo hace al “saber escuchar”, especialmente ante ciertos problemas éticos: ¿puede una música disimular bajo su apariencia sonora contenidos subterráneos éticamente reprobables?
¿Hemos elegido una canción sexista?
Una de las principales críticas a la canción “SloMo” de Chanel es que, bajo su apariencia de reguetón feminista, la sexualización, texto y escenografía conducen a una interpretación contraria bastante evidente, alejada de los contenidos prosociales y de empoderamiento de sus canciones rivales.
Si miramos al pasado, España presentó en las últimas ediciones los temas de Manel Navarro –“Do it of your lover” (2017)– y Amaia y Alfred –“Tu canción” (2018), cliché romántico de dependencia–, los cuales podrían adolecer de los sesgos sexistas de los que carecieron otras representaciones –Barei con “Say Yai!” (2016); Miki Núñez con “La venda” (2019) o Blas Cantó con “Voy a quedarme” (2020-21)–.
Paralelamente, en Europa la canción ganadora de Salvador Sobral, “Amor pelos dois” (2017) exponía el tópico de la mujer “tutelada” y Duncan Laurence con “Arcade” (2019) proyectaba en la mujer la manipulación de amor como un juego.
Otros ganadores se alejaban de este ámbito centrándose en el drama político y social de las deportaciones stalinistas de tártaros (Jamala, “1944” 2016); el empoderamiento de Netta (“Toy”, 2018) o la estética ambigua bajo el aparente efecto psicotrópico de las drogas de los italianos Maneskin (“Zitt e Buoni”, 2021).
Este modo de escucha “lírica” (atendiendo a los textos) proyecta ciertos problemas éticos. Las bases del festival señalan expresamente que “serán motivo de rechazo y exclusión las canciones y candidaturas que utilicen lenguaje inapropiado u ofensivo, mensajes o gestos políticos o similares”.
Incluso se reserva el derecho “de descalificar a cualquier concursante en caso de que considere que su actuación es en forma alguna inadecuada o contraria a cualquier código de emisión, ético, de regulación o a alguna ley aplicable”.
Tal vez RTVE, en su condición de ente público y en virtud de su responsabilidad educativa, debería haber valorado si una píldora musical esconde prejuicios de género –tal y como los científicos tratamos de revelar en nuestras publicaciones–.
Quizá el oído haya estado poco atento a las resoluciones en materia de igualdad fruto de las reuniones de la Conferencia General de la UNESCO, las medidas propuestas por la Plataforma de Acción en la conocida Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer de Pekín (1995) para fomentar una imagen de las mujeres equilibrada y sin estereotipos; o la propia Resolución 9934/95 del Consejo Europeo sobre el tratamiento de la imagen de las mujeres y de los hombres en la publicidad y los medios de comunicación.
En España la Ley 3/2007 de 22 de marzo para la Igualdad Efectiva de Mujeres y Hombres subraya que los medios de comunicación de titularidad pública deben velar “por la transmisión de una imagen igualitaria, plural y no estereotipada de mujeres y hombres en la sociedad” y establece que tanto la Corporación RTVE como la agencia EFE, ambos de titularidad pública, utilicen “el lenguaje en forma no sexista” y estipula que estos dos medios adopten un código de conducta para trasmitir el principio de igualdad (art. 37.1.c y 38.1.c).
En definitiva: Benidorm Fest y Eurovisión quizá sean menos una cuestión de votos –que también– que una cuestión de modelos de escucha.
Chanel nos canta: “Let’s go! Llegó la mami! […] Yo vuelvo loquito a todos los daddies […] Make you want more more…”. En este caso, y ya que no hay marcha atrás –“Hasta el final yo no me detengo”–, quédense si acaso únicamente con esa forma de escucha que les invita a bailar.
Les auteurs ne travaillent pas, ne conseillent pas, ne possèdent pas de parts, ne reçoivent pas de fonds d’une organisation qui pourrait tirer profit de cet article, et n’ont déclaré aucune autre affiliation que leur organisme de recherche.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.