La reciente visita del príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, a la Casa Blanca ha puesto de manifiesto las complejidades de la diplomacia moderna bajo el liderazgo de Donald Trump. Desde su llegada al poder, Trump ha mostrado su habilidad para imponerse sobre naciones con menos influencia, pero la dinámica cambia cuando se enfrenta a líderes que pueden ofrecer beneficios tangibles, como fue el caso del acuerdo de inversión saudí que promete un billón de dólares en Estados Unidos. Este encuentro, sin embargo, también resalta las tensiones subyacentes en la región, especialmente en lo que respecta a los derechos de los palestinos, ya que bin Salmán condicionó cualquier acercamiento a Israel a la solución del conflicto.
El suministro de cazas F-35 a Arabia Saudí ha intensificado los temores de Israel sobre el equilibrio militar en Oriente Medio. Aunque Israel no se opone radicalmente a la venta, su gobierno está condicionado por la necesidad de ver avances en los acuerdos de paz con los palestinos. Mientras tanto, la presión de Trump sobre Netanyahu para facilitar la entrada de los saudíes en una fuerza de estabilidad internacional en Gaza es cada vez más incierta, dada la resistencia de Arabia Saudí a enviar tropas que puedan ser percibidas como apoyo a la ocupación israelí.
En este turbulento escenario político, la relación entre Estados Unidos y Arabia Saudí se convierte en un eje crucial frente al ascenso de China en la región. Las tensiones que surgieron durante la administración Biden llevaron a Riad a buscar vínculos más fuertes con Beijing, lo que obligó a Trump a regresar a una política de acercamiento para mantener la influencia estadounidense. La férrea dependencia de Arabia Saudí del armamento estadounidense y su papel central en el equilibrio del poder entre ambas superpotencias son elementos clave en esta nueva era de relaciones internacionales.
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