El Celta y el Girona llegan a Balaídos con la urgencia de lograr su primera victoria en LaLiga
El calendario, ese verdugo disfrazado de neutralidad, ha decidido que Celta y Girona se midan en Balaídos un domingo de septiembre a la hora de la siesta. Y, sin embargo, el duelo tiene poco de soporífero, ya que ninguno de los dos ha probado aún el sabor de la victoria y las urgencias comienzan a crecer como vino mal embotellado. Tres empates y una derrota acompañan al Celta, mientras que el Girona ha sufrido varias caídas consecutivas. Entre la resignación y la esperanza, ambos clubes afrontan el partido sintiendo que no ganar sería abrir la puerta a los fantasmas.
Lo irónico es que hablamos apenas de la cuarta jornada. Sin embargo, el fútbol español tiene una memoria corta y una paciencia aún más breve. Míchel, entrenador del Girona, ya empieza a ser retratado como el hombre que camina por la cuerda floja, mientras Claudio Giráldez intenta mantener la calma en Vigo. Un triunfo local podría acercar al visitante al precipicio, mientras que un golpe catalán sería un jarro de agua helada sobre la supuesta fortaleza de Balaídos.
El tablero celeste: entre lesiones y duelos internos
El Celta llega con el once casi intacto, pues la ausencia de competiciones europeas evita rotaciones innecesarias. Sin embargo, la tranquilidad es un espejismo: Carl Starfelt reaparece tímidamente tras una lesión y Marcos Alonso sigue atrapado en el laberinto de su rodilla. La delantera se convierte en una pulseada entre Borja Iglesias y Jutglà, mientras la juventud de Rueda desafía la continuidad de Carreira. La situación se asemeja a un tablero de ajedrez donde las piezas cambian más por obligación médica que por estrategia, y la portería, custodiada por Ionut Radu, también genera dudas en el equipo.
El Girona: oxígeno o naufragio
El conjunto de Míchel enfrenta un dilema más crudo. Sin Juan Carlos Martín ni Ricard Artero, y con Tsygankov en duda, las ausencias son como anclas. El regreso de Van de Beek y Abel Ruiz promete aire fresco, pero los recién llegados como Ounahi, Bryan Gil y Vanat plantean el dilema de lo nuevo frente a lo probado. La portería se convierte en un campo minado, con Livakovic empujando a un segundo plano al habitual guardián. En definitiva, el Girona se presenta en Vigo como un equipo que puede sorprender o hundirse, sin el privilegio de la indiferencia.