En un acontecimiento sin precedentes desde 1932, Alemania podría ver a la extrema derecha liderar las urnas este domingo, con Turingia y Sajonia en el punto de mira. Estos dos estados federados del Este del país se enfrentan a la votación en medio de una creciente alarma por la economía y una recepción cada vez más fría a las políticas del Gobierno central. La Alternativa por Alemania (AfD), que ha disfrutado de un creciente favoritismo en las encuestas, enfrenta no obstante un complicado panorama para formar un gobierno.
El partido, proscrito por la familia europea Identidad y Democracia tras polémicas declaraciones de uno de sus líderes sobre las SS, se sitúa al frente de las expectativas con una intención de voto que alcanza el tercio de los sufragios. En Turingia, especialmente, las encuestas auguran una victoria aplastante de AfD con un 30% de apoyo, posicionándose diez puntos por encima de su más cercano rival, la Unión Democristiana (CDU). Sin embargo, en Sajonia, la contienda se prevé mucho más reñida, con ambas formaciones luchando voto a voto en torno al 30% de apoyo.
Mientras tanto, los partidos que conforman la coalición del Gobierno Federal —Socialdemócratas, Verdes y Liberales— parecen desfallecer, con dificultades para siquiera alcanzar el umbral del 5% necesario para preservar su presencia en los parlamentos regionales. Esta caída en desgracia lleva a los partidos de la coalición de Olaf Scholz a ocupar las últimas posiciones en las preferencias electorales.
Björn Höcke, uno de los personajes más controvertidos y radicales de AfD, se encuentra bajo el foco. Ya condenado por un tribunal alemán en dos ocasiones por hacer uso de simbología y retórica nazi, es considerado por los servicios de inteligencia germanos como extremista. Aunque las probabilidades de que Höcke asuma un cargo de liderazgo regional son escasas debido al rechazo generalizado de los demás partidos a entablar cualquier pacto con él, el apoyo que le pronostican las encuestas lo convierte en un actor importante en estas elecciones.
Por otro lado, la reciente aparición de la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW) añade un nuevo matiz al panorama electoral. Fundada por Wagenknecht tras escindirse de Die Linke, este nuevo grupo político se posiciona como una fuerza populista de izquierda, proponiendo un discurso económico progresista mientras apoya medidas restrictivas en materia de inmigración y aboga por el fin de la ayuda a Ucrania. Su afinidad en estas últimas cuestiones con AfD es notoria.
Con la CDU expresando claramente su negativa a pactar con AfD —una posición que, según su líder, Friedrich Merz, «sería su muerte»—, BSW emerge como una posible llave para la gobernabilidad. Aunque no se ha descartado una cooperación entre la CDU y BSW, las complicaciones para conformar un gobierno estable son evidentes.
Este clima electoral no solo está marcado por la incertidumbre económica y el debate sobre la inmigración —temas que han polarizado profundamente la sociedad alemana— sino también por la gestión de la crisis migratoria, cuyo abordaje por parte de los partidos ultraderechistas ha sido crítico y determinante para su ascenso. Asimismo, la respuesta del Gobierno a recientes ataques atribuidos a solicitantes de asilo subraya la tensión existente y las medidas intensificadas contra el islamismo violento y la criminalidad.
Estas elecciones no solo ponen a prueba la fortaleza de las políticas actuales ante un panorama cambiante, sino que también funcionan como un termómetro crítico para las futuras elecciones generales. En un momento en que el liderazgo de Scholz sufre de baja popularidad y aprobación, el resultado en Turingia y Sajonia podría prefigurar un repensar significativo en la política alemana, tanto a nivel regional como nacional.