En un movimiento que promete marcar un antes y un después en la dinámica del conflicto en Ucrania, los Estados Unidos están considerando seriamente la posibilidad de autorizar el uso de misiles de largo alcance occidentales dentro del territorio ruso. Esta decisión, influenciada fuertemente por la presión del Reino Unido, busca una estrategia para complicar la logística militar rusa y reducir su capacidad para lanzar campañas de bombardeo contra Ucrania desde ubicaciones distantes.
La prioridad del primer ministro británico, Keir Starmer, durante su primera visita a Washington tras la victoria electoral de su partido, ha sido asegurar esta crucial autorización. El compromiso del Reino Unido de apoyar a Ucrania militarmente, prometiendo una ayuda anual de 3.000 millones de libras, se mantiene firme bajo su liderazgo, buscando que los Estados Unidos aprueben el uso de misiles Storm Shadow, que tienen un alcance de 250 kilómetros, para operaciones dentro de Rusia.
Este potencial giro en la política estadounidense hacia Ucrania surge con condiciones específicas: la administración de Biden ha estipulado que para estos ataques dentro de Rusia, no se empleen armas fabricadas en EE.UU. La hesitación de Biden se centra en el temor a represalias rusas, incluido el apoyo a Irán en sus estrategias ofensivas en Oriente Medio, además del riesgo de una respuesta directa contra la OTAN, sugerida por Vladímir Putin.
La gravedad de la situación fue subrayada por Putin, quien afirmó que permitir el uso de dichas armas por parte de Ucrania equivaldría a una declaración de guerra de los países de la OTAN contra Rusia, lo que cambiaría fundamentalmente la esencia del conflicto. Analistas militares, como Michael Kofman de la Carnegie Endowment, señalan que la implementación de estos sistemas no es tan sencilla como parece, indicando una implicación militar más profunda de la OTAN en el conflicto.
La solicitud ucraniana de permiso para usar misiles de largo alcance busca contrarrestar las capacidades de bombardeo ruso mediante ataques precisos y destructivos. Sin embargo, la autorización de Washington ha sido cautelosa, limitando el apoyo militar directo y buscando equilibrar el respaldo a Ucrania sin provocar una escalada mayor con Rusia.
Mientras tanto, Ucrania trabaja en reducir su dependencia de la asistencia occidental, desarrollando una industria de drones con cerca de 200 empresas, reflejo de su determinación por defender su soberanía. La coordinación entre Washington y Londres se ha hecho patente en visitas conjuntas a Kiev, aunque el Kremlin ha respondido revocando visados a diplomáticos británicos, acusándolos de espionaje y sabotaje, en lo que Downing Street denomina acusaciones «completamente infundadas».
Este nuevo capítulo en la relación entre Occidente y Rusia refleja la tensión creciente y la complejidad de un conflicto que continúa evolucionando, con implicaciones que van más allá del campo de batalla. La posible aprobación del uso de misiles de largo alcance en Rusia podría significar un punto de inflexión, marcando una escalada sustancial en el nivel de intervención de la OTAN en el conflicto ucraniano.