Durante la última década, Oriente Medio se ha convertido en una región donde cada crisis siembra las semillas de una aún mayor. Desde la aparición del Estado Islámico, la guerra civil en Siria y el fallido golpe de Estado en Turquía, hasta el recrudecimiento de los conflictos por poderes en Yemen, ahora se perfila una nueva crisis cuyo epicentro es Irán. Estados Unidos e Israel, ambos actores clave —especialmente con el retorno de Donald Trump a la escena política internacional—, han entrado en una nueva fase de interacción (o tal vez confrontación) con la República Islámica.
El análisis de las recientes posturas de Benjamin Netanyahu, primer ministro israelí, y el presidente de EEUU, Donald Trump, muestra una creciente convergencia de enfoques hacia Irán, a pesar de sus diferencias aparentes.
El regreso de Trump como presidente y la consolidación del poder de Netanyahu en Israel han generado una sinergia entre dos líderes que comparten una visión común. Mientras Trump busca reeditar un «gran acuerdo» en política exterior, Netanyahu persigue una oportunidad para neutralizar —o al menos debilitar— la amenaza nuclear iraní.
Trump se presenta como el presidente que trajo «paz» al mundo, desde los Acuerdos de Abraham entre países árabes e Israel, hasta evitar que Estados Unidos se involucrara en nuevas guerras. Pero siempre ha remarcado que la paz solo es posible «desde una posición de fuerza». Su frase reciente en la convención del Partido Republicano (mayo de 2025) refleja esta visión: «Primero hay que pelear, para luego poder negociar.»
Con el debilitamiento de las políticas de Biden en Oriente Medio, Trump ve una oportunidad excepcional. Irán —especialmente en un escenario post-Jameneí y al borde de una transición política— se presenta como el terreno ideal para ejecutar ese plan: transformar al país de una «amenaza» en una «oportunidad de negociación histórica», siempre que se generen condiciones de crisis y vulnerabilidad interna.
Fue exactamente en el día 61, tras la resolución del Consejo de Gobernadores del OIEA contra Irán, cuando comenzaron los ataques israelíes. No olvidemos que Trump había dado 60 días a la República Islámica para llegar a un acuerdo nuclear con EEUU.
Netanyahu ha insistido en que su meta respecto a Irán no es un cambio de régimen, sino impedir que la República Islámica acceda a armas nucleares. A diferencia de ciertos grupos que promueven la caída directa del gobierno iraní, él ha buscado mantener al régimen en un estado de debilidad contenida. En una entrevista con el Canal 12 israelí en junio de 2025 declaró: «Si la República Islámica colapsa desde dentro, mejor. Pero lo único que queremos es que no puedan apretar un botón y destruir Tel Aviv».
Una técnica que ambos líderes han empleado en los últimos meses ha sido la de emitir mensajes contradictorios. Trump habla a veces de una negociación inmediata con Irán, otras veces de la necesidad de una intervención militar. Netanyahu alterna entre discursos sobre «paz regional» y advertencias de que «estamos preparados para la guerra en cualquier momento». Esta táctica responde a una lógica de «guerra fría suave»: generar ambigüedad para forzar reacciones erráticas del adversario. En realidad, estos mensajes forman parte de una estrategia escalonada para imponer condiciones favorables en el futuro.
Ambos insisten en que su objetivo no es destruir Irán como país, sino eliminar los centros de poder decisor. La estructura administrativa y económica debe permanecer, para poder negociar con ella posteriormente. Una lección aprendida del error en Irak tras la caída de Sadam, donde la disolución total del Estado contribuyó al surgimiento del Estado Islámico. Esa experiencia no quieren repetirla en Irán.
Informes de inteligencia occidentales confirman una amplia cooperación entre el gobierno israelí y el equipo de seguridad vinculado a Trump. Según Axios, Israel ha compartido información sobre el traslado de uranio enriquecido y la ubicación de instalaciones clave de la Guardia Revolucionaria con sus contrapartes estadounidenses. Estos datos no están destinados a ataques inmediatos, sino a construir una hoja de ruta para una presión sostenida.
Los diseñadores de esta estrategia —en Washington y Tel Aviv— no actúan sin referentes históricos. Tres modelos inspiran sus planes: Modelo Guerra Fría (frente a la URSS): presión integral, sin guerra directa, Modelo Afganistán (años 80 y 2000): desestabilización mediante apoyo indirecto a opositores, y Modelo Irak (desde 2003): eliminación del liderazgo mediante intervención directa, con alto coste. El plan contra Irán es una síntesis selectiva de estos tres. La idea: aplicar máxima presión sin repetir los errores pasados.
Ante los recientes ataques israelíes que causaron la muerte de varios ciudadanos iraníes, la sociedad civil iraní se encuentra frente a uno de los momentos más sensibles y complejos de su historia contemporánea. Estas reacciones, aunque se desarrollan en un espacio fuertemente restringido por el régimen, afloran en capas más profundas del tejido social, en redes virtuales, círculos culturales e incluso en el silencio elocuente de ciertas figuras públicas, reflejando una crisis de confianza, una ira contenida y preguntas fundamentales sobre el rumbo futuro del país.
En ausencia de medios libres, las redes sociales se han convertido en el principal escenario de respuesta civil. Usuarios iraníes de Twitter, Instagram y Telegram difundieron en los días posteriores a los ataques etiquetas como #NoQueremosGuerra o #NoALaGuerra, intentando proyectar una voz distinta a la que difunden los medios estatales. Algunos escribieron con claridad: «Esta no es nuestra guerra. Las víctimas son el pueblo.» Uno de los aspectos más relevantes de la reacción de la sociedad civil fue la visibilización de una profunda fractura entre la noción oficial de interés nacional y la comprensión ciudadana de ese mismo concepto.
La sociedad civil iraní de hoy está cansada, herida, pero también atenta y resistente. Los ataques recientes y la muerte de civiles no solo constituyen una tragedia humana, sino que se han convertido en símbolo del conflicto entre la política oficial y los deseos reales de la ciudadanía. Una vez más, el pueblo iraní ha recordado al mundo su anhelo de paz y su derecho a elegir libremente su propio destino.