Afganistán 2021: El año en que las afganas se quedaron solas

La noticia de la toma de Kabul por los talibanes el pasado mes de agosto conmocionó al mundo entero. En plenas vacaciones de verano en España, iban llegando los ecos de informaciones sobre nuevas zonas de Afganistán conquistadas, hasta que el caos y la desesperación de miles de afganos se hizo con la capital del país.

Ya en julio, el investigador de la Universidad Pública de Navarra Sergio García Magariño mostraba su inquietud ante las consecuencias que el anuncio del presidente de EE. UU., Joe Biden, de retirar sus tropas de Afganistán podría tener de manera inminente. El país seguía sacando a su ejército mientras dejaba que los talibanes se acercaran al poder en un país devastado por la guerra y la miseria. ¿Puede la comunidad internacional permanecer impasible ante gobiernos que laminan a su población civil o ante una amenaza posible para el orden internacional? ¿Será la salida de las tropas de EE. UU. de Afganistán el fin de las misiones humanitarias?, se preguntaba el autor.

El verano iba pasando y las noticias que llegaban eran cada día más desgarradoras. El mismo autor hablaba de ello en otro artículo como una crónica de un terror anunciada y sacaba una moraleja sobre la dificultad de que determinados conflictos ya enquistados en la sociedad como la aparición de Al-Qaeda, la emergencia del Estado Islámico y el caos en Yemen, Siria e Irak sean resultado de largos procesos sociales que difícilmente pueden cambiarse con intervenciones extranjeras:

“Un régimen político, económico y social no se transforma desde fuera con una intervención, como tampoco se puede propiciar el desarrollo social y económico de un territorio simplemente a través de un agente externo. La política, la cultura, la economía, la historia, la religión, las tradiciones de un país definen una dirección que se asemeja a una gran piedra que va adquiriendo cierta inercia. Cualquier país que piense que puede crear una sociedad distinta a golpe de escopeta o de ayuda humanitaria roza el pensamiento mágico”.

El ambiente de tensión crecía mientras comenzábamos a ver largas colas de afganos delante del aeropuerto de Kabul tratando de abandonar el país. Muchos países europeos y Estados Unidos unieron fuerzas para sacar de un Afganistán ya tomado por los talibanes a miles de personas que de una u otra manera habían colaborado con las fuerzas internacionales.

Los medios de comunicación mostraban imágenes desgarradoras de afganos agarrados a las alas de los aviones y dejándose caer al vacío tras el despegue, de mujeres y niños pisoteados en los tumultos alrededor del aeropuerto, de caras de terror ante la amenaza talibán. Mientras las milicias iban casa por casa tratando de encontrar a colaboradores de países extranjeros, los ciudadanos afganos se mostraban más desesperados por tratar de alcanzar el aeropuerto para huir.

El 17 de agosto, Carmen Rocío García Ruiz, profesora de Derecho Internacional Público de la Universidad Loyola Andalucía, ahondaba sobre la ineficacia de algunos organismos internacionales para evitar crímenes de lesa humanidad en países en conflicto, como ocurrió con el genocidio en la antigua Yugoslavia. Aquello estaba muy presente en la situación del pueblo afgano en esos momentos: ¿qué sucede si otro Estado, en ejercicio de su soberanía, está llevando a cabo graves violaciones de derechos contra su propio pueblo, aquel que está llamado a proteger?

Natasha Lindstaedt, profesora de la Universidad de Essex, explicaba por qué la victoria de los talibanes había sido inevitable por la situación estratégica del país y el apoyo a las milicias fundamentalistas por parte de los países vecinos. Y hacía un recorrido por la historia de sus relaciones internacionales desde Pakistán a Irán, pasando por Rusia y China.

Vrinda Narain, de la Universidad McGill, alertaba sobre otra de las grandes pesadillas que acarreaba la llegada de los talibanes al gobierno afgano, la esclavitud de mujeres y niñas en el país:

“A principios de julio, los líderes talibanes que tomaron el control de las provincias de Badakhshan y Takhar emitieron una orden a los líderes religiosos locales para que les proporcionaran una lista de niñas mayores de 15 años y viudas menores de 45 para ‘casarse’ con combatientes talibanes. Todavía no se sabe si han cumplido”.

Afganistán estuvo en el punto de mira informativo de The Conversation a través de una docena y media de artículos de expertos de universidades españolas y extranjeras que tocaron los puntos clave del conflicto. Nuestra intención era la de mostrar al lector la intrahistoria de aquellas colas interminables de gente tratando de embarcar en algún avión en el aeropuerto internacional para salvar su vida.

¿Por qué estaba pasando todo aquello? ¿Cómo había empezado? ¿Cuál era la verdadera historia que todas esas personas y sus antepasados habían vivido? ¿De dónde partía ese conflicto y qué pasaría después, cuando el mundo le cerrase la puerta definitivamente a un país torturado por el terror a lo largo de tantos años?

Neta C. Crawford, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Boston, daba en su artículo veinte cifras sobrecogedoras de los veinte años que había durado el conflicto hasta ese momento: 2 455 miembros del servicio estadounidense murieron en la guerra de Afganistán, más de 46 000 civiles asesinados por todos los bandos, más de 2,2 millones de afganos desplazados vivían en Irán y Pakistán a finales de 2020…

Tal y como relataba Luis Garvía Vega, de la Universidad Pontificia Comillas, Afganistán es conocido como la tumba de los imperios. Ha sobrevivido a Ciro el Grande, a Alejandro Magno, a los mongoles, al imperio británico, a la invasión de la URSS y ahora a la americana, entre otros muchos conflictos bélicos. También produce el 90 % del opio del mundo. Y eso tiene mucho que ver con sus desdichas.

Los derechos de las mujeres ya no lo son en Afganistán desde que los talibanes ocuparon el país. Estados Unidos se marchó y cerró la puerta. Dentro queda una sociedad a merced de un gobierno terrorista que debe enfrentarse a su propio futuro sacando fuerzas de flaqueza. Miles de afganos siguen intentando salir del país y el mundo entero está obligado a no darles la espalda.

The Conversation

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.

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