La bomba que cambió la historia cumple ocho décadas, pero las armas nucleares nunca se fueron. Hoy hay más países con el botón rojo que en plena Guerra Fría
Akiko Takakura tenía 20 años cuando el cielo se iluminó sobre Hiroshima. Hoy, a los 100, es una de las pocas supervivientes que aún puede contar lo que sintió cuando el mundo cambió para siempre aquel 6 de agosto de 1945.
Han pasado 80 años desde que aquella mañana de verano una sola bomba borró del mapa el centro de Hiroshima. Tres días después, Nagasaki corrió la misma suerte. Dos ciudades arrasadas, más de 200.000 muertos y el inicio de la era más peligrosa de la historia humana: la era nuclear.
Ocho décadas después, mientras Akiko Takakura y otros hibakusha (supervivientes de las bombas) siguen contando su historia para que no se repita, el mundo mantiene en sus arsenales más de 12.000 cabezas nucleares. La amenaza no solo no desapareció: se multiplicó.
El club más exclusivo y peligroso del mundo
En 1945 solo había un país con armas nucleares: Estados Unidos. Hoy son nueve las naciones que tienen en sus manos el poder de acabar con la civilización tal como la conocemos.
La lista es breve pero aterradora: Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Entre todos acumulan un arsenal que podría destruir el planeta varias veces.
«Cuando era niña, solo existía una bomba nuclear en el mundo. La que cayó sobre mi ciudad», recuerda Setsuko Thurlow, otra superviviente de Hiroshima que vive en Canadá. «Ahora hay miles. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?»
Rusia y Estados Unidos: los herederos de la Guerra Fría
Los números dan vértigo. Según el último informe del Instituto de Estudios para la Paz de Estocolmo, Rusia mantiene 5.459 cabezas nucleares y Estados Unidos, 5.177. Entre los dos países concentran casi el 90% de todo el arsenal nuclear mundial.
Son herencia directa de aquella carrera armamentística desatada durante la Guerra Fría, cuando ambas superpotencias compitieron por ver quién acumulaba más poder destructivo. Aunque ya no son enemigos declarados, ninguno de los dos ha estado dispuesto a deshacerse por completo de su arsenal.
«La lógica sigue siendo la misma: si tú tienes bombas nucleares, yo también las necesito para disuadirte», explica Carmen Claudín, investigadora del CIDOB especializada en seguridad internacional. «Es una carrera sin meta clara, porque nunca habrá suficientes armas como para sentirse completamente seguro».
El resto de países nucleares mantienen arsenales mucho más modestos, pero no por ello menos preocupantes. China tiene unas 600 cabezas nucleares, Francia 290, Reino Unido 225. Los más pequeños son los arsenales de India (180), Pakistán (170), Israel (90) y Corea del Norte (50).
«Mi hija me pregunta si va a estallar una guerra nuclear»
Para María González, madre de dos niños en Madrid, las armas nucleares eran cosa del pasado hasta que estalló la guerra en Ucrania. «Mi hija de 12 años me preguntó el otro día si Putin iba a lanzar una bomba nuclear. No supe qué contestarle», confiesa.
La guerra ha vuelto a poner el miedo nuclear sobre la mesa. Vladimir Putin ha amenazado repetidamente con usar «todos los medios» para defender Rusia, y aunque los expertos consideran improbable un ataque nuclear, la simple posibilidad ha disparado las alarmas.
«Las armas nucleares han vuelto al debate público de una manera que no veíamos desde los años 80», reconoce Claudín. «La diferencia es que ahora hay más actores, más tensiones regionales y menos control internacional».
Porque el mundo nuclear de hoy es más complejo que el de la Guerra Fría. Ya no son solo dos superpotencias las que se vigilan mutuamente: India y Pakistán mantienen una rivalidad fronteriza constante, Israel vive rodeado de enemigos en Oriente Medio, y Corea del Norte desafía periódicamente al mundo con pruebas de misiles.
La bomba que nunca llega a desaparecer
Los tratados de desarme han conseguido que hoy haya menos armas nucleares que en los años 80, cuando se alcanzó el pico histórico de casi 70.000 cabezas. Pero el progreso se ha ralentizado hasta casi pararse.
El Tratado de No Proliferación Nuclear, firmado en 1970, prometía un mundo sin armas atómicas. Más de 50 años después, esa promesa sigue siendo papel mojado. Las potencias nucleares se comprometieron a desarmar gradualmente, pero ninguna ha cumplido.
«Es como pedir a alguien que tire la llave de su casa», compara Juan José Fernández, analista del Real Instituto Elcano. «Mientras exista la posibilidad de que tu vecino tenga una, tú también la vas a querer».
El último intento serio fue el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, aprobado por la ONU en 2017 con el impulso de países que nunca las han tenido. Pero ninguna potencia nuclear lo ha firmado. Para ellos, es una utopía bien intencionada pero irrealista.
El peligro no está solo en las bombas
Lo que más inquieta a los expertos no son solo las miles de cabezas nucleares almacenadas, sino cómo ha evolucionado la tecnología militar. Los nuevos misiles hipersónicos pueden volar a velocidades cinco veces superiores a la del sonido, dando apenas minutos para reaccionar ante un ataque.
La inteligencia artificial también ha entrado en juego. Algunos sistemas de alerta temprana ya incorporan algoritmos automáticos que podrían, teóricamente, recomendar respuestas nucleares sin intervención humana completa.
«Cada vez hay menos tiempo para la reflexión humana», advierte Claudín. «En una crisis, los líderes podrían tener solo minutos para decidir si lanzan un contraataque nuclear. Es una presión inimaginable».
Los ciberataques añaden otra capa de incertidumbre. Aunque los sistemas nucleares están supuestamente aislados de internet, los hackers han demostrado una capacidad creciente para penetrar en infraestructuras críticas. Una falsa alarma provocada por un ciberataque podría desencadenar una respuesta nuclear real.
El coste de vivir con miedo
Mantener arsenales nucleares no es solo peligroso: también es carísimo. Estados Unidos gastó el año pasado más de 50.000 millones de dólares en su programa nuclear, dinero que podría haber financiado escuelas, hospitales o investigación contra el cambio climático.

A nivel global, los nueve países nucleares invirtieron conjuntamente unos 91.000 millones de dólares en 2024 en mantener y modernizar sus arsenales. Es dinero que, literalmente, se almacena esperando no tener que usarse nunca.
«Es la inversión más absurda de la humanidad», critica Beatrice Fihn, directora de ICAN, la organización que recibió el Nobel de la Paz por su campaña antinuclear. «Gastamos fortunas en armas que, si funcionan, nunca se usan. Y si se usan, acabamos todos muertos».
Las voces que no se rinden
A pesar de todo, hay quien sigue creyendo en un mundo sin armas nucleares. Los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki, ya nonagenarios, no han dejado de contar su historia. Cada año viajan por el mundo mostrando sus cicatrices y repitiendo el mismo mensaje: «Que no se repita nunca más».
Setsuko Thurlow, de 93 años, estuvo presente cuando se aprobó el Tratado de Prohibición en la ONU. «Lloré como una niña», recuerda. «Por primera vez en décadas sentí que la humanidad había recuperado la cordura».
También hay políticos que mantienen vivo el sueño. El presidente Biden y su homólogo francés Emmanuel Macron han hablado de reducir gradualmente sus arsenales. Pero las buenas intenciones chocan siempre con la misma realidad: nadie quiere ser el primero en desarmar.
¿Y si no hacemos nada?
Los científicos han calculado qué pasaría si India y Pakistán, los dos arsenales nucleares más pequeños, intercambiaran ataques nucleares. El resultado sería devastador no solo para ambos países, sino para todo el planeta.
Las explosiones matarían directamente a decenas de millones de personas. Pero las consecuencias indirectas serían aún peores: el humo y las cenizas bloquearían el sol durante años, provocando un «invierno nuclear» que destruiría las cosechas y causaría hambrunas masivas en todo el mundo.
«Un intercambio nuclear regional podría matar de hambre a 2.000 millones de personas», explica Alan Robock, climatólogo de la Universidad Rutgers que estudia estos escenarios. «No habría ganadores. Todos perderíamos».
Es el mismo mensaje que repiten una y otra vez los supervivientes de Hiroshima: las armas nucleares no protegen a nadie porque, en un mundo interconectado, su uso afectaría a toda la humanidad.
Una decisión en manos de muy pocos
Mientras leemos estas líneas, nueve personas en el mundo tienen acceso directo a códigos que podrían acabar con la civilización: los líderes de los países nucleares. Cada uno de ellos lleva siempre cerca el equivalente al maletín nuclear que inmortalizó Hollywood.
Joe Biden lo tiene. También Vladimir Putin, Xi Jinping, Emmanuel Macron y los demás. En cualquier momento, cualquiera de ellos podría tomar la decisión más trascendental de la historia humana.
«Es una responsabilidad que no debería estar en manos de ningún ser humano», reflexiona Thurlow. «Ochenta años después de Hiroshima, seguimos jugando con fuego. Y el fuego, tarde o temprano, quema».
Lo que puedes hacer tú
¿Te preocupa el tema nuclear pero no sabes cómo actuar? Estas organizaciones trabajan por el desarme:
- ICAN (Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares): la organización Nobel de la Paz que promueve el tratado de prohibición
- Fundación Hibakusha de España: difunde testimonios de supervivientes de Hiroshima y Nagasaki
- Greenpeace y Amnistía Internacional: incluyen el desarme nuclear entre sus campañas
También puedes presionar a tus representantes políticos para que apoyen tratados de desarme, informarte sobre el tema y compartir estas historias. Porque mientras las armas nucleares sigan existiendo, todos vivimos bajo la misma sombra que se extendió sobre Hiroshima aquel agosto de 1945.
La diferencia es que ahora sabemos lo que puede pasar. Y tenemos la responsabilidad de evitarlo.
Con información de SIPRI, ICAN, y testimonios de supervivientes de Hiroshima y Nagasaki recogidos por la Fundación Hibakusha.
vía: Dominio Mundial. Fotos Wikipedia