El Engaño Violeta: La Fiebre de las Fotos de Lavanda y su Devastador Impacto en el Campo

Entre coloridos campos de lavanda y el calor del verano, la pequeña localidad de Brihuega, en Guadalajara, se ha convertido en un imán para turistas que buscan inmortalizar un paisaje que evoca a los encantos de la Provenza. Con una población de apenas 2.300 habitantes, este destino revela una contradicción palpable: mientras las vistas de lavanda en plena floración atraen a visitantes de todo el país, sus productores enfrentan una crisis que amenaza su sustento.

Juan José de Lope, agricultor y vicepresidente de la asociación Paisajes de Lavanda de Brihuega, expresó una realidad desalentadora para los agricultores de la zona: «Solo queremos poder vivir del campo». Estas palabras reflejan un panorama sombrío detrás del atractivo turístico que ha encumbrado a la región durante los últimos años.

El aceite esencial derivado de la lavanda y su híbrido, el lavandín, es un componente clave en la industria de la perfumería, cosméticos y productos de limpieza. A pesar de un crecimiento impresionante del 12% en el sector de perfumería y cosmética en 2023, acumulando ganancias superiores a los 10.400 millones de euros según la Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética, los beneficios económicos parecen eludir a los verdaderos protagonistas de este escenario: los agricultores.

La pandemia de COVID-19 marcó el inicio de una cruda realidad, desplomando los precios del aceite esencial de lavanda de 40 euros por kilo a meros 8 o 9 euros. La sobreproducción incentivada por años anteriores de bonanza y las consecuencias económicas del confinamiento crearon un exceso de oferta ante una demanda paralizada. Hoy, los agricultores describen la «supervivencia» como un reto formidable, con escasas garantías de prosperar en el futuro.

El turismo, aunque inyecta vida a Brihuega, ofrece poco consuelo a los agricultores, quienes no obtienen remuneración directa de los visitantes que acuden en masa a sus campos. El Festival de Lavanda, aunque populariza aún más la localidad, distribuye sus beneficios económicos de manera desigual, dejando a los cultivadores al margen de las ganancias significativas. La Asociación Cultura de la Lavanda y sus iniciativas, si bien contribuyen al atractivo turístico de la zona, no logran traducirse en una solución viable para los problemas económicos de los agricultores.

La situación se complica con la introducción de aceites sintéticos en el mercado y la competencia desleal de países con menores costos de producción como Bulgaria. A esto se suma la ineficacia de las ayudas públicas, que con subvenciones de 155 euros por hectárea, apenas si cubren una fracción de los costes de producción.

Frente a esta crisis, los agricultores como Juan José de Lope y Santiago Carrillo están considerando drásticos recortes en sus cultivos de lavanda, con la esperanza de sobrevivir en un mercado cada vez más asfixiante. A pesar de las décadas dedicadas al cultivo de lavanda, la realidad económica y la falta de apoyo efectivo de las instituciones obligan a estos agricultores a replantear su futuro en la agricultura.

En última instancia, la crisis de la lavanda en Brihuega es un espejo de los desafíos que enfrentan muchos pequeños agricultores en España y el mundo. Detrás de los vibrantes paisajes y el atractivo turístico se oculta una lucha por la supervivencia y dignidad de quienes trabajan la tierra. La solución a esta crisis requerirá un diálogo constructivo y acciones concretas que garanticen un equilibrio justo entre el crecimiento turístico y la viabilidad económica de la agricultura local.

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