En España, la tradicional práctica del cambio de hora se encuentra en sus últimos días, según lo estipulado en el Boletín Oficial del Estado, marcando el año 2025 como el último en realizar esta modificación. La medida, que recientemente se ejecutó adelantando los relojes a las 3:00 de la madrugada, ha sido tema de discusión sobre su verdadero impacto económico, con expertos como Santiago Niño Becerra cuestionando su relevancia en la actualidad.
La iniciativa detrás del cambio de hora, implementada con el propósito de aprovechar mejor la luz natural y supuestamente fomentar el ahorro energético, ha perdido fuerza entre argumentos económicos y estudios que demuestran un beneficio mínimo para los consumidores. Niño Becerra, en su intervención en el programa Tot es mou de TV3, calificó el ahorro estimado de 86 céntimos al mes por hogar como «algo ridículo», señalando que las condiciones que justificaban este ajuste han evolucionado significativamente.
El economista argumenta que la mejora en la productividad de la unidad energética hace innecesaria la modificación de hora, enfatizando en el desajuste que esto representa para España. El país, que según Becerra debería regirse por el horario de Greenwich, vive un desfase injustificado con su huso natural, provocando una desincronización que ya no tiene cabida en el contexto actual.
La discusión no solamente se limita al ámbito nacional; el futuro del cambio de hora también se debate a nivel europeo. La Comisión Europea tiene prevista una revisión de esta medida en 2026, lo que podría significar el fin de esta práctica a lo largo del continente. El sentimiento generalizado es de que el cambio estacional ya no responde a necesidades actuales, tanto económicas como sociales, lo que plantea cuestionamientos sobre su continuidad.
Este contexto pone de manifiesto la necesidad de repensar y adaptar viejas costumbres a la realidad contemporánea. Mientras países como Portugal mantienen su horario original por razones de inercia políticas, la comparación con ciudades como Vigo y Oporto, ubicadas en la misma latitud pero con una diferencia horaria, ilustran el absurdo de una medida que ha perdido su propósito. Con el cambio de hora 2025 acercándose, España se prepara no solo para ajustar sus relojes una última vez, sino también para adaptarse a una nueva normalidad donde dicha práctica quedará en el pasado.