En un giro político que define una nueva era en Cataluña, Salvador Illa, ha alcanzado el umbral de los 100 días al frente de la Generalitat, marcando lo que se considera el cierre definitivo del capítulo más convulso del independentismo catalán, conocido como el «procés». Este periodo se ha caracterizado principalmente por la ausencia de presupuestos para el año 2025, una situación que, paradójicamente, no ha mermado la capacidad de gobierno del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), el cual ha logrado navegar las aguas políticas con notable tranquilidad.
Un factor determinante de esta calma gubernamental es la inacción de Junts per Catalunya en la designación de un líder de la oposición, un vacío que ha dejado el camino libre para que el PSC lleve las riendas sin enfrentar una resistencia significativa. A esto se suma que el independentismo, al margen de etiquetar a Illa como el “president más españolista de la historia”, no ha conseguido articular críticas de substancia, ni siquiera ante la negativa de Illa a encontrarse con Carles Puigdemont mientras continúe su autoexilio.
Los desafíos presentados por factores externos, como el embate de la DANA que devastó Valencia pero mostró clemencia hacia Cataluña, han servido también para reforzar la imagen de liderazgo de Illa. Los servicios de emergencia catalanes han recibido elogios por su actuación, incluyendo los del líder del PP catalán, reconocimiento que subraya una gestión efectiva ante situaciones críticas.
Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), tradicionalmente un oponente político, sorprendió al asumir el coste de 365 millones de euros, resultado del desastre de la gestión de ATLL, liberando así a Illa de una pesada carga financiera al inicio de su mandato. Mientras tanto, Puigdemont, buscando sin éxito una plataforma en TV3 para solidificar su posición como jefe de la oposición, refleja una disminución de su influencia política.
El alcance de Illa no se limita al ámbito político; ha sabido mantener un equilibrio entre reuniones con figuras tradicionales como Jordi Pujol, Artur Mas y Òmnium Cultural y encuentros en esferas consideradas más conservadoras, incluyendo al Rey y al Día de las Fuerzas Armadas en Madrid, evidenciando una estrategia de normalización institucional.
No obstante, el talón de Aquiles de su gestión hasta ahora radica en la incapacidad de presentar los presupuestos de la Generalitat para el 2025, destacando una área pendiente que requiere de negociaciones decisivas, particularmente con ERC, cuyo congreso interno podría definir el rumbo de futuras colaboraciones.
La gestión de Illa ha recibido, además, críticas por su alineación con el PSOE, señalando una presunta falta de iniciativa en la defensa de los intereses catalanes. Sin embargo, esta percepción no ha mermado su posición, pues continúa comprometiéndose a cumplir con los acuerdos de investidura y a mantener una Cataluña con voz propia en el contexto español, guiado por principios de colaboración más que de confrontación.
Pese a los desafíos administrativos y las críticas puntuales, el balance de los primeros 100 días de Illa al frente de la Generalitat pinta un cuadro de gestión activa y comprometida, marcando un distanciamiento claro del tumultuoso «procés» y abriendo las puertas a una etapa de normalidad política en Cataluña.