El cambio de hora es un evento anual que se ha convertido en una tradición para muchos, aunque no sin sus detractores. Este año, el ajuste al horario de invierno tendrá lugar en la transición de la noche del sábado 26 al domingo 27 de octubre, cuando los relojes se retrasarán una hora, pasando de las 3:00 a las 2:00 horas, permitiendo a los ciudadanos disfrutar de un lapso adicional de descanso esa noche. Este último giro de las manecillas del reloj no solo marca una modificación en nuestra percepción del tiempo sino que también persigue un fin más pragmático: el ahorro de energía mediante una mejor adaptación a las horas de luz natural.
La medida, que se mantendrá hasta marzo de 2025, se fundamenta en el esfuerzo por reducir el consumo de energía eléctrica, una práctica que remonta sus orígenes a la crisis del petróleo de los setenta. No obstante, en los cambios de paradigma energético y tecnológico actuales, la necesidad de estos ajustes temporales es cada vez más cuestionada. Algunos especialistas y la opinión pública argumentan que sus beneficios son marginales en comparación con las complicaciones que puede generar en los biorritmos de las personas, causando efectos como cansancio e irritabilidad.
La globalidad de esta práctica es variable. Menos del 40% de los países del mundo continúan realizando esta modificación horaria, ya sea adelantando o retrasando sus relojes en determinadas épocas del año. Curiosamente, naciones de vastas extensiones territoriales como China, mantienen un único huso horario en todo su territorio, evitando este cambio estacional. En Europa, países como Rusia, Bielorrusia, Turquía, Ucrania e Islandia han decidido no participar en esta práctica. Similar es el caso de Japón y la mayor parte de China en Asia; Nueva Zelanda y Australia en Oceanía, mientras que en América, Estados Unidos lo hace selectivamente según la zona el próximo 4 de noviembre y sólo unos pocos países de América Central y del Sur como Chile, Paraguay y algunas regiones brasileñas lo implementan. En África, Egipto es de los pocos que modifica su horario.
Aunque se prevé que España mantenga esta medida hasta al menos 2026, la discusión está lejos de concluir. Los debates en torno a la eficacia y la necesidad de modificar los horarios dos veces al año continúan destacando la divergencia entre prácticas tradicionales y las necesidades contemporáneas de una sociedad cada vez más consciente de la salud, el bienestar y la eficiencia energética. Con cada cambio de hora, resurgen las interrogantes sobre si esta tradición se mantendrá o se adaptará a las nuevas realidades del siglo XXI.