En una maniobra que refleja las complejidades de la diplomacia moderna y los equilibrios ideológicos, el gobierno de Pedro Sánchez ha procedido a conceder altas distinciones a líderes italianos, atrayendo tanto elogios como críticas. La Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, una distinción que celebra comportamientos extraordinarios que benefician a la Nación española o que favorecen las relaciones de amistad y cooperación internacional, fue concedida a Giorgia Meloni, presidenta del Consejo de Ministros de Italia, entre otros prominentes políticos italianos.
La decisión ha suscitado una ola de reacciones, especialmente entre sectores de la izquierda española y miembros de Podemos, quienes critican la concesión de tal honor a una líder considerada extremista por algunos, dada su posición al frente del partido Fratelli d’Italia, de línea ultraderechista. Estas críticas subrayan las percibidas contradicciones dentro del Gobierno español, acusándolo de carecer de una distinción ideológica clara respecto a partidos tradicionalmente conservadores como el PP.
La lista de condecorados no se limita a Meloni; también incluye al ministro de Asuntos Exteriores, Antonio Tajani, la subsecretaria María Tripodi, así como al embajador italiano en España, Giuseppe Buccino, todos los cuales recibieron la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. Además, el presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella, recibió la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III, un gesto que desde España se interpreta como muestra de aprecio y reconocimiento a una figura de centroizquierda y a un país con el que se desea reforzar vínculos.
Estas distinciones se otorgan en un contexto marcado por la visita de Estado de los Reyes Felipe VI y Letizia a Italia, con el objetivo de profundizar las relaciones bilaterales entre ambos países en diversos ámbitos. Sin embargo, este gesto diplomático no está exento de controversia, subrayando la compleja urdimbre de la política internacional, donde la diplomacia y las alianzas no siempre se alinean con las ideologías domésticas.
La Orden de Isabel la Católica, instaurada en 1815, y la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III representan el reconocimiento más alto a servicios extraordinarios a la Nación o por contribuir en el ámbito internacional a favor de España. Este acto simboliza cómo estas antiguas instituciones continúan sirviendo como herramientas diplomáticas en el siglo XXI, a pesar de las tensiones y críticas que puedan surgir.