Éxito y desafío: Karol G arrasa con cuádruple lleno en el Bernabéu pero enfrenta contratiempo con cancelación de festival en Valencia

En el corazón de Valencia, la música techno vive una renovación auspiciada desde las entrañas de Spook, una emblemática discoteca que desde su apertura en 1984 se ha convertido en un epicentro de la vanguardia musical. Este lugar, que en sus paredes guarda los ecos de la legendaria Ruta del Bakalao, hoy se erige como un bastión del nuevo techno, abrazando su historia sin pretensiones de ruptura. En una ciudad donde el pasado permea el aire, Spook asegura su éxito consciente de que el futuro musical valenciano debe danzar al ritmo de la nostalgia.

La escena musical valenciana, sin embargo, enfrenta retos mayores que la mera preservación de su legado. La madrugada del 31 de mayo, un grupo de fieles seguidoras de Taylor Swift, recién salidas de su concierto en Madrid, encontraron refugio en la estación de Chamartín, esperando el tren de vuelta a Valencia. Esta imagen simboliza el continuo peregrinar de valencianos en busca de propuestas musicales internacionales, recordando tiempos pasados donde la ciudad era parada obligada para grandes nombres de la música. Hoy, encuentros como estos se rememoran con un tono de melancolía, con Valencia fuera del mapa de grandes giras internacionales.

El reciente colapso del festival valenciano Diversity, que buscaba reunir a artistas de la talla de Karol G y Ozuna en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, es testimonio de los desafíos que afronta la ciudad para consolidarse como enclave de la música de vanguardia. Con un aforo esperado de 20,000 espectadores y solo unos miles de entradas vendidas, este festival evidenció la dificultad de Valencia para atraer y mantener el interés en eventos de gran escala, a pesar del éxito internacional de los artistas invitados.

La cultura musical de Valencia parece atrapada en un ciclo de nostalgia y apego a los géneros nacionales consolidados, dejando poco espacio para la innovación o la experimentación. Solo los conciertos en directo y los festivales de pequeño y mediano formato parecen sobrevivir en este ecosistema, que favorece la inversión en eventos ‘low cost’ y la glorificación del pasado.

En este contexto, la filósofa Clara R. San Miguel aporta una visión crítica, argumentando que vivimos en una era de melancolía, impulsada por la rápida aceleración del capitalismo neoliberal y las crisis sociales y ecológicas que definen nuestro tiempo. Esta «tonalidad afectiva crepuscular», como la describe San Miguel, encuentra en la música un reflejo de la búsqueda de certezas y la añoranza de una Edad Dorada que, si bien nunca existió, sirve como anclaje emocional en tiempos inciertos.

La reflexión sobre este fenómeno de «Retromanía», acuñado por el historiador Simon Reynolds, revela una fascinación por el pasado musical no solo entre generaciones mayores, sino también en los jóvenes, quienes buscan replicar una época dorada que nunca experimentaron. Frente a este espejismo nostálgico, San Miguel propone una mirada hacia adelante, reconociendo la importancia de enfrentar los retos presentes y futuros con creatividad y valentía, en lugar de anhelar un pasado idealizado. En Valencia, el desafío está en equilibrar el respeto por su rico legado musical con la urgencia de abrazar la innovación y la diversidad, para así reinventar su escena musical en un mundo en constante cambio.

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